lunes, 26 de diciembre de 2011

Roger Rodríguez

PUBLICADO EN CARAS&CARETAS EL VIERNES 23 DE DICIEMBRE DE 2011

CON DANIEL REY PIUMA, AUTOR DEL INFORME SOBRE LOS VUELOS DE LA MUERTE

El fotógrafo de la muerte

Las 130 descarnadas fotografías sobre 'vuelos de la muerte' y los documentos de inteligencia de Uruguay que le entregó días atrás la Corte Interamericana de Derechos Humanos al juez federal argentino Jorge Torres no fueron obra del azar. El material 'encontrado' por el secretario de la Corte, Santiago Cantón, existe porque hace 34 años el marino Daniel Rey Piuma desertó y denunció al mundo la verdad sobre los cuerpos que 'aparecían' a lo largo de la costa uruguaya.

ROGER RODRÍGUEZ
rogerrodrigue@adinet.com.uy

Daniel Rey Piuma sigue aún hoy exiliado en Holanda. Sólo siete veces ha vuelto al país desde aquel octubre de 1980 en el que, con cientos de negativos cosidos a su ropa, cruzó la frontera hacia Brasil y dejó atrás una madre, una familia y una vida. Publicó su testimonio en el libro Un marino acusa, con el que conmovió a las organizaciones internacionales de derechos humanos con su documentada denuncia sobre lo que ocurría en el Río de la Plata.
En 2007 viajó a Montevideo para declarar ante el juez Luis Charles y la fiscal Mirtha Guianze en la causa de los ‘terceros traslados’, que implicó el encarcelamiento del dictador Gregorio Álvarez y del capitán de navío Juan Carlos Larcebeau, y la fuga de Jorge Troccoli. En su testimonio judicial explicó la sistematización de la tortura en la Armada y señaló con nombre y apellido a los principales torturadores, quienes en mayoría aún no han sido juzgados.
Rey Piuma había trabajado entre 1977 y 1980 en la Dirección de Inteligencia de la Prefectura Nacional Naval (Dipre) y fue acumulando documentos y pruebas sobre la verdad de aquellos cuerpos que el mar devolvía y que las autoridades de la dictadura uruguaya presentaban como de personas de origen asiático que habrían protagonizado algún motín en pesqueros de ultramar… Un motín que duró años.
En su denuncia, Rey Piuma acusa a los oficiales navales Eduardo Craigdallie, Ernesto Serrón, Álvaro Diez Olazábal, Nelson Sánchez, Jorge Fernández, Daniel Maiorano, Víctor da Silva, Aníbal del Río, Carlos Gamarra, Uruguay Sánchez, Juan Carlos Fernández y Jesús de Armas, además de personal subalterno. Todos ellos podrían verse implicados próximamente en una causa judicial por torturas que presentarían sus víctimas.
La denuncia también fue en parte recogida en los informes oficiales elaborados por el historiador Álvaro Rico en sus investigaciones sobre desaparecidos y sobre el terrorismo de Estado. En ambos trabajos se incluyen especificaciones sobre los cuerpos enterrados como 'NN' en cementerios de la costa de Río de la Plata. Algunos de esos cuerpos fueron finalmente entregados a Argentina para su identificación forense.

EN CONTACTO CON HOLANDA
La voz de Rey Piuma se oye angustiada. Habíamos intercambiado mensajes por internet y aceptó hacer público lo que sintió cuando los medios de comunicación internacionales mostraron las imágenes de la documentación que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) le entregó al juez Torres en Buenos Aires. Un poco de bronca por el desconocimiento del origen de ese material, más enojo por el tiempo en que se tardó cuando todo está archivado en Uruguay… y un poco de esperanza de que lo sufrido durante tantos años haya finalmente servido.

¿Cuánto hace que esperabas este momento?
Estoy en esto desde hace rato... Desde setiembre de 1977 sustrayendo y copiando documentos, registrando las torturas y a los torturadores, llevando una doble vida veinticuatro horas por día. En octubre de 1980 escapé del país. En Brasil estuve tres meses escapando de los servicios argentinos, brasileños y uruguayos. Llegué a Holanda el 22 de diciembre de 1980, invitado entonces por la corona holandesa.

¿Es de entonces tu denuncia ante la OEA de la que surgieron ahora las fotos que se entregaron a la justicia argentina?
En enero de 1981 me compré la primera máquina de escribir y empecé a redactar mi informe en un pueblo llamado Berg aan Zee, en el norte de Holanda. A partir de marzo de ese año trabajé con Amnistía Internacional, en la central de Londres, y con el Colarch en Bruselas. Mediante increíbles y complicadísimos tejes y manejes, presenté finalmente mi informe en noviembre de 1982 ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA.

“PENSÉ QUE HABRÍA JUSTICIA”
Tu denuncia ya había provocado un impacto internacional entonces...
Antes de ese momento ya trabajaba también con el Sijau, la Liga de Juristas demócratas, el Iepala y otras… En aquel momento, el presidente de la CIDH dijo en el Pleno de la Comisión que mi reporte era la documentación más completa y minuciosa que alguna vez habían recibido. Pero al final de la sesión, en una rueda de prensa, aparecieron matones blandiendo armas y amenazándome de muerte...

Desde entonces has permanecido cuidándote las espaldas, casi como un prófugo…, incluso padeciendo enfermedades.
Pensé, incauto de mí, que al terminar la dictadura la maquinaria de la justicia se comenzaría a mover. En 1987, por intermedio de Raúl Sendic se publicó 'mi libro'. Nunca tuve otra intención en mi accionar que la de que se investigaran las torturas en la marina uruguaya y el origen de los cuerpos encontrados en las costas de nuestro país. Luego de una carrera profesional llena de sucesos –fui art-director en el estudio gráfico más grande de Ámsterdam y docente en la Facultad de Utrecht–, tuve que comenzar una terapia con diferentes psicólogos, que me han diagnosticado un PTSS [Post Traumatic Stress Sindrome]. Hasta ahora...

Tus regresos a Uruguay también han sido casi clandestinos.
En 34 años he viajado sólo siete veces a Uruguay, tres veces a través de otros países, y cada vez que estoy en mi país tengo que estar armado. Los compas siempre se han portado bien haciendo mi seguridad e incluso, en ocasión de una invitación que me cursó la llamada Comisión para la Paz, el entonces presidente Jorge Batlle dispuso que me fueran a recoger y a llevar al aeropuerto de Carrasco dos coroneles de la aviación, en tanto que ponía a mi disposición un coche escolta con guarda para trasladarme cada vez a la vieja casa presidencial.

“QUE TODAVÍA ES POSIBLE”
Hace unos años viajaste y testificaste ante la justicia uruguaya en la causa por la que está preso el Goyo Álvarez, ahora tu informe ante la CIDH llega finalmente a manos de la justicia argentina. ¿No eran ésos los objetivos?
Todo lo que ocurre en este momento me aturde un poco. Me da un poco de esperanza y, al mismo tiempo, me ciega de impotencia y de ira. Ninguna de las lágrimas que derramó mi madre tres días antes de mi partida, besándome los pies para que no partiera al exilio, vale la pena ante tanta desidia e indiferencia de aquellos que, conociendo estos documentos desde hace tanto, nunca hicieron nada con ellos. Lo he hecho por nuestros compañeros, por mi tío desaparecido, Carlos Arévalo, y también, ¿por qué no?, por mi propia madre.

¿Qué esperás que ocurra ahora?
Espero que los compañeros asesinados encuentren paz y sus familias también, si luego los pueden llegan a identificar. Espero que no me visiten con tanta frecuencia algunas noches en el cuarto de huéspedes donde me refugio cuando estoy fatigado de cargar tanta mochila y procuro descansar. Espero que luego de haberlos abrazado y cuidado durante tantos años –como un padre a sus hijos, como un hermano mayor a sus hermanos, como una madre celosa y rabiosa– los pueda dejar partir. Espero que también ellos me suelten para que pueda, por primera vez en mi vida, bailar. Nunca lo he hecho porque ellos no lo pudieron hacer nunca más. Espero poder creer que el hombre, el ser humano, es capaz de impartir justicia. Espero que podamos enseñarles, luego, a los niños que la justicia es posible si todos queremos. Que es posible... Espero que en los últimos cinco segundos de mi vida –si estoy consciente–, antes de mi muerte, crea, esté convencido de que todo lo vivido y todo lo perdido por esta causa valió la pena.


Un infiltrado en la marina
Daniel Rey Piuma era un estudiante que había terminado preparatorios de Agronomía. Tenía 19 años y necesitaba trabajar. Había militado en 1973 en el Frente Estudiantil Revolucionario (FER) del Liceo Rodó, que funcionaba en Colonia y Río Branco. También había actuado en grupos religiosos, con el padre Lezama y la parroquia San Francisco, de la Ciudad Vieja. Allí conoció a alguien que le dijo que en el puerto había vacantes. No imaginaba que eso cambiaría radicalmente su vida.
Quiso presentarse para un cargo administrativo en la ANP (Administración Nacional de Puertos), pero en el viejo edificio de Aduanas llenó un formulario de la Prefectura Nacional Naval (PNN). Con su formación lo aceptaron de inmediato y lo citaron en la subprefectura de Trouville, donde terminó recibiendo instrucción militar por un mes y medio (“A mí me parecía raro, pero como era el puerto y recordaba la militarización de los bancarios, pensé que debía de ser así, que para trabajar como administrativo del puerto había que hacer la instrucción militar”, explicó alguna vez).
Cuando comprendió dónde se había metido, asumió su condición de “infiltrado”. Trabajó como fotógrafo en el Departamento Técnico de la Dipre, aprendió sobre peritaje criminal, detección de drogas, cerraduras y falsificación de documentos. A los cinco días de entrar, ya había “robado” los códigos de transmisiones radiales, que filtró a sus “compañeros” de la “orga”, a gente del entorno de Blanca Nilo de Artigas o con los que se reunía clandestinamente para entregar información militar que en más de una ocasión permitió advertir sobre operaciones represivas contra el Partido Comunista Revolucionario, el Partido por la Victoria del Pueblo o los Grupos de Acción Unificadora, entre otros.
Desde el primer día de su ingreso a la Armada, en setiembre de 1977, comprendió que aquellos 'chinos' que habían aparecido en la costa uruguaya tenían otro origen. Comenzó entonces a estudiar el material del archivo de la Dipre y a hacer copias que fue acumulando hasta que decidió su fuga, en octubre de 1980. Dos años después, elaboró su informe ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que se incorporó a las carpetas de la misión que la CIDH había hecho sobre Argentina en 1979. Allí permaneció todo archivado hasta ahora que el material fue entregado a la justicia argentina.

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