viernes, 19 de julio de 2013

Reivindicar a los que luchan

Reivindicar a los que luchan

Hace 40 años, un día como hoy fueron destituidos 53 trabajadores de la fábrica Textil Campomar, en Juan Lacaze- Colonia, por acatar la huelga general, resuelta en el Congreso Obrero Textil integrante de la (CNT)
18 de julio de 1973, a casi un mes del golpe de estado, llegaron 53 telegramas colacionados al pueblo de Juan Lacaze, algo inusitado para un pueblo de 8000 habitantes en aquella década.
El comunicado rezaba: “despedido por notoria mala conducta” y estaba dirigido a los 53 obreros que fueron cabeza en la resistencia al golpe.
1700 trabajadores laboraban en la fábrica.
Campomar & Soulas, fue una de las textiles más importantes del interior del país, y fue uno de los primeros centros fabriles ocupados que acataron la huelga general decretada por la central obrera (CNT).
Quedó como ejemplo de disciplina sindical, dignidad y lucha sostenida, llevada adelante por mujeres en su mayoría y jóvenes hombres. Ante ese atropello se vieron obligados a buscar refugio en Argentina, porque los integraron a las llamadas “listas negras” o categoría C, no pudiendo obtener trabajos, siendo perseguidos por luchadores.
Jamás cobraron sus despidos, 40 años llevan luchando en soledad.
Hoy quedan muy pocos de aquellos 53 sacrificados obreros, veintitrés han muerto sin el reconocimiento de sus derechos y los pocos que aún viven, siguen realizando gestiones en los distintos gobiernos de turno sin ninguna solución.
Para poder escapar a las detenciones inminentes, casi la mayoría de ellos tuvieron que vender -nos contó Roberto-; la heladera, la cama, los muebles para obtener dinero para los pasajes y sobrevivir.
Hace 4 años atrás se les había realizado un homenaje con entrega de un pergamino y la instalación de una placa recordatoria en la ex fábrica, a los 53 obreros heroicos como se les llama en el pueblo.
Esta mañana con lluvia e intenso frío polar, (como el 18 de julio del año 2009) partimos rumbo nuevamente a Juan Lacaze; un nuevo acto… una nueva esperanza.
Los más entrados en edad llegaron temprano a la junta de la alcaldía donde se realizaría una mesa redonda -que no fue tal- organizada por la intersindical.
Richar Read, y Lazo (integrantes del secretariado del PIT-CNT), fueron invitados por los trabajadores papeleros a la jornada programada para las 11 horas. Además en la mesa participó Karen representando al plenario Intersindical de Juan Lacaze que leyó un documento con fuertes críticas al espectro político en general y el otro orador lo fue Robert, destituido de Campomar.
La fuerte referencia en la oratoria a través de Karen, fue referida a la falta de compromiso y ética por parte de actores y dirigentes de izquierda y sindicales, cuyo discurso no pasó por alto, terminando con un cerrado aplauso de los concurrentes; 80 en total.
En una de sus líneas del documento, dijo: “si aceptamos que por mala conducta se despide a un trabajador y después lo dejamos a la vera del camino, estamos liquidando los sindicatos”
Después no se les puede pedir disciplina, sacrificio y compromiso ni que acaten las medidas. El movimiento sindical tiene una deuda con estos trabajadores.
Como se puede hablar de la heroica huelga general si no hacemos nada por ellos. La ausencia de ideología en alguna gente significa defender el olvido.
La mal llamada ley reparatoria no reparó en nada a estos obreros.
Le siguió en la palabra Robert que por ser el más joven de aquel grupo resistente al golpe, expresó el cansancio y la impotencia de la lucha emprendida durante todos estos años y del desamparo constante. En un gesto que acompañó con lo dicho, extendió su mano a los invitados integrantes de la central, diciendo que “a partir de ahora les pasaba la posta”, para que la central asumiera el compromiso de esta lucha y ambos devolvieron el gesto. Luego le tocó el turno al dirigente de la bebida Richard Read, acostumbrado a grandes oratorias y con su voz cascada fue el que se paró para hablar, con micrófono en mano. Es una vergüenza todo esto que sigue pasando con ustedes, y con otros más también. Habló de los valores que se fueron perdiendo en esta sociedad, las cosas más básicas de convivencia. Lo llamativo de su discurso fue qué, propuso como idea, no a título representativo de la central, sino personal y como dirigente del gremio de la bebida a quien lidera, que “no acostumbraba a golpear puertas primero” sino movilizarse como punto de partida. Que dentro de sus posibilidades si se puede hacer una movida hacia la capital con todos ustedes; “acompañaría y sería un honor para él”.
Luego se remontó hacia el papel de la central obrera y fue allí que lo llevó al presente
una mujer que ronda en sus 83 años y una combativa sindicalista de su gremio textil de aquel entonces, que le salió al cruce al actual dirigente de la bebida increpándolo con esta frase: “¿por qué no hizo nada la central por nosotros?
-yo creo que sí hará.
- seguiremos esperando entonces, dijo con un gesto de incredulidad.
El cierre de la jornada terminó como siempre, esperar tan sólo esperar. El reloj marcaba las 13 horas y la cartelera de fotos de la época, reposaba sobre una pared del lugar.
Martha Passeggi
reportera-gráfica. 2013.












lunes, 15 de julio de 2013

El buitre no lo devoró

El buitre no lo devoró

Publicado: 21 febrero 2011 en Alberto Rojas
Etiquetas:
 El Mundo, Fotografía, Hambre, Sudán
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El hombre sujeta la fotografía con sus manos nudosas, recubiertas de una piel dura como el cuero curtido. La observa unos instantes. Asiente con la cabeza. En nuer, su lengua, afirma «sí, es mi hijo» al traductor, a la vez que devuelve la fotografía al kawai, como los nuer llaman al hombre blanco que se sienta frente a él. «Si la sigo mirando, no podré dormir esta noche», dice volviéndose hacia el otro lado, como si con ese gesto quisiera borrar los malos recuerdos.
Hay preguntas del kawai que no entiende, porque esos conceptos en esa tierra africana no se usan. ¿Qué edad tiene? El hombre no sabe en qué año nació. Él cree que tiene alrededor de 69 o 70.
-¿Vio alguna vez esta foto?
-No -responde tajante Nyong, padre de familia de pocas palabras.
«La gran mayoría de gente de esta tierra no ha visto nunca ninguna», aclara el traductor, de la misma tribu.
-Mi hijo murió de fiebres hace cuatro años. Siempre fue un niño feliz, pero muy enfermizo.
-¿Pero murió de fiebre amarilla, malaria, kala azar, cólera?
-Fiebres -dice el traductor.
Y agrega: «En las aldeas sin acceso a la sanidad la gente se muere sin saber de qué».
El kawai (el hombre blanco, es decir, yo) le explica al señor Nyong que a su hijo lo fotografió Kevin Carter, un sudafricano blanco que pasó por Ayod durante dos horas en marzo de 1993. Que la fotografía fue publicada en The New York Times días después. Que ganó el premio más importante del mundo. Que luego su autor se suicidó, y que aún hoy es la imagen más polémica de la historia reciente del fotoperiodismo, pero que ayudó a concienciar a medio mundo de la necesidad de redoblar la ayuda humanitaria. Nyong sólo responde con una afirmación de cabeza, pero uno de sus hijos asegura que es un honor para ellos que una foto de alguien de su familia haya servido para salvar vidas.
El señor Nyong pide de nuevo la foto de su hijo junto al buitre. Kong rondaba entonces los dos años. Cuando el periodista se la entrega, el hombre se queda pensativo. Después habla con parsimonia: «Era la gran hambruna. La gente venía a Ayod para poder comer algo de lo que traían en los aviones. No había nada que llevarse a la boca».
- ¿La madre del niño le acompañaba hasta aquí? -pregunta de nuevo el kawai.
-No. Ella murió nada más nacer él, así que se quedó pronto huérfano de madre y tuvo que reemplazarle su tía. Ella le llevaba a diario hasta el feed center (centro de reparto de comida que la ONU tenía instalado en Ayod cuando una hambruna más asolaba Sudán) para recibir la ración que necesitaba. Y se recuperó».
El kawai le comenta que en occidente se cree que el niño está solo, a merced del buitre, y que agonizó sobre la arena después, quizás antes de ser despedazado a tiras.
-No, la hermana de mi esposa estaba allí, cerca de él, nunca estuvo solo.
A pesar del enorme dramatismo de la imagen, es la propia foto de Carter la que confirma las palabras del padre de Kong: el niño lleva una pulsera de plástico en su brazo derecho, las mismas que usaban en el feed center para agrupar a los niños según sus necesidades. Si se observa la imagen en alta resolución, puede leerse, en rotulador azul, el código «T3». A Carter se le criticó por no ayudar al bebé y el mundo le dio por muerto a pesar de que el propio Carter no lo vio fallecer. Sólo disparó la foto y se fue minutos después.
La realidad es que ya estaba registrado en la central de comida, en la que atendían enfermeros franceses de la ONG Médicos del Mundo. Florence Mourin coordinaba los trabajos en aquel dispensario improvisado: «Se usaban dos letras: “T” para la malnutrición severa y “S” para los que sólo necesitaban alimentación suplementaria. El número indica el orden de llegada al feed center». Es decir, que el pequeño Kong tenía malnutrición severa, fue el tercero en llegar al centro, se recuperó, sobrevivió a la hambruna, al buitre y a los peores presagios de los lectores occidentales.
Los periodistas españoles José María Arenzana y Luis Davilla visitaron Ayod tres meses después que Carter, y vieron lo mismo que él: miseria, muerte, niños, buitres. «Aquel lugar, junto a la central de comida, servía como letrina improvisada para los niños. Muchos acudían en los huesos y con diarreas terribles. También allí les esperaban los buitres para comerse los excrementos. Eso no significa que no muriera gente allí ni que se quedaran tirados en cualquier sitio, pero puedo asegurar que ese bebé no estaba allí abandonado a su suerte y sin ayuda. Y por eso Carter hizo lo que tenía que hacer, una foto impactante que mostrar al mundo y luego se marchó», sostiene Arenzana. Fueron otras palabras suyas («El parrajarro, te puedo asegurar, no se comió al bebé») las que convencieron a este periodista para, 18 años después, viajar 4.478 kms desde España en busca de la historia jamás contada: la del bebé de la foto de Carter. El niño del buitre.
En el equipaje, también testimonios de testigos presenciales. Joao Silva, amigo y miembro junto a Kevin Carter del llamado Bang Bang Club, estuvo presente aquella mañana en Ayod: «Las madres hacían cola para recoger la comida mientras los niños esperaban sobre la ardiente arena cercana».
Ahora, frente al señor Nyong, brilla la luz de la verdad: «Sí, eso es, mi hijo no corría ningún peligro en aquel momento».
La madre muerta
El extranjero, el kawai, quiere saber cómo era el niño de la foto, su hijo, qué gustos tenía, qué lo diferenciaba del resto: «Para mí fue especial porque nació en un momento muy malo para nuestra familia, su madre murió pronto y eso hizo que le cogiera tanto cariño. Supe que tendría que hacer todo lo que estuviera en mi mano para que saliera adelante». El señor Nyong no contará mucho más ese día, ya que tendrá que recorrer el largo camino de vuelta a casa, a cuatro o cinco kilómetros del centro de Ayod, cuando el sol africano ya dice adiós bajo los árboles, pero promete una nueva cita dos días después.
Esta vez sí, le visitamos en su propia choza. El señor Nyong, miembro de una etnia que practica la poligamia, está encantado con poder presentar al kawai a sus tres esposas (sin contar a la fallecida madre de Kong), a sus nueve hijos, a sus incontables nietos, que rodean al blanco para tocarle el vello de los brazos (los nuer no tienen un solo pelo) y comprobar alucinados que en la pantalla de la cámara aparece su propia imagen. Esta perfecta radiografía de la composición familiar en las tierras de los nuer se aloja en tres chozas de adobe con tejado de paja, protegidas del exterior con una simple empalizada. En su interior unas cuantas vacas aseguran la leche para el desayuno. El resto, 40 reses en total, busca en los alrededores algo de hierba fresca en la polvorienta aridez de la temporada seca.
No queda lejos la tumba de Kong Nyong, muerto en 2007, pero está inaccesible en coche por ausencia de caminos y desaconsejada por los soldados, que recomiendan no salir de la aldea. Una sencilla cruz de madera de acacia (aquí la mayoría son cristianos) marca el lugar bajo una gran arboleda donde descansa el joven Kong, aquel niño famélico que sobrevivió una década al fotógrafo blanco que lo inmortalizó.
Las mujeres del patriarca Nyong, que acaban de llegar del pozo de la aldea acarreando garrafas con agua, preparan el desayuno mientras los pequeños se desperezan. Ellas siguen la tipología de los hombres: altos, delgados, con adornos tribales grabados sobre la piel usando cuchillas de afeitar y punzones. El señor Nyong se pone su mejor traje y muestra para las fotografías su bastón dorado, el que marca la sabiduría propia del jefe del clan. No queda en las chozas ningún objeto o ropa que el difunto Kong tuvo en vida. Todo está repartido. Quizá aquella camiseta de fútbol azul que lleva uno de los pequeños, ya gastada por el uso; quizá aquellos pantalones deportivos llenos de agujeros que luce otro; quizá el colchón sobre el que dormía…
Sobre el terreno, Ayod y sus alrededores es hoy un lugar lleno de vida. Junto al Nilo, y en pleno triángulo del hambre, el principal asunto de conversación es la rebelión militar del comandante George Athor contra el gobierno de Salva Kiir en Juba. Los hombres comentan en los corrillos del mercado que cuenta con 1.000 soldados y ayuda armamentística de los islamistas de Jartúm. Pronto, otro asunto ocupará también sus conversaciones: la llegada de un kawai (yo, el hombre blanco) que ha viajado desde España para buscar a una niña, pues es lo que se había dicho hasta ahora, que aparece en una foto de 1993. Por eso, el señor Kong terminaría viniendo a mi encuentro al poblado. Pero antes pasé varios días de interrogatorios.
Sexo cambiado
«Es que no es niña, es un niño»… Así, con esa frase, empecé a ver luz. El que me hablaba al mirar la foto, el primer habitante de Ayod que se enfrenta a la instantánea de ese buitre blanco africano tomada por Carter, es el commisioner, una suerte de alcalde y general militar encargado de la seguridad. Es visita obligada. Si el commisioner acepta al forastero, podrá moverse a su merced sin que ninguno de los numerosos soldados con kalashnikov pueda detenerle. Si no acepta, tiene muchas posibilidades de ser expulsado, pese a tener todos los permisos en regla. En una mesa en la que se sientan varios ancianos del pueblo junto a oficiales del Ejército de Liberación del pueblo de Sudán (SPLA), despliego no sólo la fotografía ganadora del Pulitzer 1994, sino las copias de los negativos que Carter tomó aquel día de marzo de 1993 en la aldea. Más de 200 instantáneas en la que quedó congelada la hambruna provocada por la guerra que asolaba el sur de Sudán. Junto a él se sienta un nuer de 2,30 metros llamado Malik, quizás uno de los cinco hombres más altos del mundo y atracción, a su pesar, de los niños del pueblo.
Todos se acercan y comienzan a pasarse las fotos unos a los otros. De vez en cuando, señalan a alguien y dicen un nombre. Les pido que anoten en el borde de cada foto si la persona sigue viva y está en Ayod. De ser así, pienso, me ayudaría a encontrar al niño del buitre. El commisioner mira el retrato de un moribundo. «Son fotos muy tristes. Por suerte, ya no estamos así. La paz ha mejorado la vida de la gente». Es extraño oír esa palabra en un lugar en el que uno de cada cinco habitantes es soldado y en el que el colegio se usa como cuartel.
El commisioner quiere oír al hombre blanco contar a qué ha venido y este periodista relata la triste historia de Kevin Carter. Lo haría muchas veces más. El commisioner casi no puede creerlo. «¿Se publicó en todo el mundo una foto de Ayod?». Sí, no sólo se publicó. Ninguna imagen ha sido y es tan comentada como esta, incluso 18 años después, en los foros de internet. El extranjero asegura que no es ningún peligro para la aldea, que sólo pretende encontrar el lugar en el que se tomó la foto, hablar con testigos que puedan conocer el destino de la niña que intenta levantarse ante la amenazadora mirada del buitre. El commisioner observa la foto con atención y reprende al periodista de nuevo. «Se equivoca usted, es un niño, no una niña… Tiene permiso para moverse por Ayod y hacer fotos. Mañana mismo convocaré a varias mujeres del poblado para ver si recuerdan algo».
El padre Antonio, un sacerdote italiano que lleva años en la aldea, promete enseñar la foto en su sermón del domingo. Además de copias de la foto repartidas aquí y allá, el boca a boca sobre la búsqueda se extiende por la aldea como el fuego que arrasa a esa hora el pasto seco.
No es difícil hallar el lugar donde el buitre fue a posarse tras el niño. Está a unos 10 metros del edificio que servía de central de reparto de comida, hoy lleno de soldados descamisados y con sandalias. No es, ni de lejos, un lugar aislado en el que un crío pasaría desapercibido.
Durante su estancia en Ayod, el kawai comprobará como el commisioner cumple su palabra. Al día siguiente, convoca en su oficina a varias mujeres mayores para hacer otro visionado de las fotos. De nuevo, nombres y recuerdos. Este vive cerca del mercado. Este murió hace años de un disparo. Nyaluak Garkuoth descubre a su propia hija sonriendo al fotógrafo al que nadie recuerda. «Murió en la hambruna», aclara, señalando su estómago hinchado y sus brazos cubiertos sólo de piel. Chuol Deng, presente en la reunión, se lleva las manos a la cabeza al descubrirse herido en el mismo dispensario en el que atendían a los niños. Para probar que es él, se levanta el pantalón y deja asomar viejas cicatrices.
Será una de las mujeres que repartía la leche de la ONU entre los niños de la zona, Mary Nyaluak, 60 años, la que dé la primera pista sobre la identidad del bebé. «Es un niño. Se llama Kong Nyong, su familia vive en las afueras». Todos se agolpan en torno a la foto que muchos consideraron maldita. Dos mujeres más le dan la razón. «Sí, es el hijo de Nyong», dicen. El commisioner se levanta, como un resorte:
- ¿Lo ve? Es un niño. ¡Se lo dije!
Carter disparó fotos a decenas de niños en aquel lugar. No es difícil que confundiera el sexo del bebé en su fotografía inmortal.
- ¿Pero está vivo? -pregunta el extranjero, cada vez más nervioso.
Mary cree que sí pero no lo sabe con certeza, hace años que les perdió la pista porque viven lejos, a varios (cinco) kilómetros. Pero promete convocar una reunión entre el periodista y el cabeza de familia. «Mire, aunque no se le ve la cara, todos en su familia tienen las orejas con esta forma». El extranjero pregunta si está segura: «Usted sólo ve a un niño negro más. Yo veo a un niño al que conocí muy bien».
Mary nos da la noticia
Al día siguiente, cuando el boca a boca ha hecho su trabajo, Mary nos dará la peor de las noticias: «Murió hace cuatro años. Consiguió sobrevivir al hambre, pero enfermó. Hoy vendrá su padre a verle. Le han dicho que hay alguien que le busca por una foto de su hijo».
Mientras tanto, varios camiones de soldados abandonan el pueblo camino del frente, cada vez más próximo, por donde avanzan las tropas de Athor. 15 muertos en la primera aldea, 105 en la siguiente. 225 hoy. Gritan canciones que hablan de venganza. La noche anterior el enemigo estaba a 80 km. Hoy a 30. Las dos ONG de la aldea hablan de evacuación en voz baja. Sí. El Ayod de hoy y el de 1993 se parecen. Facciones del mismo ejército que se matan entre sí, mientras el enemigo del norte se frota las manos y saca la calculadora. Si acaso, la diferencia es que hoy la gente no muere masivamente de hambre.
El padre Antonio da un consejo al kawai recién llegado: «Todas las noches los chicos tocan música de tambores en el centro del pueblo. Si esta noche no oyes música, es que la guerra ha llegado hasta aquí». El kawai espera que la música siga sonando para que ningún otro Carter tenga que volver a inmortalizar la hambruna provocada por la guerra, la peor arma de destrucción masiva creada por el hombre.

URUGUAY: A cuarenta años del golpe, la generación del silencio por Jorge Majfud (*)

URUGUAY: A cuarenta años del golpe, la generación del silenciopor Jorge Majfud (*)



   A los tres años subí a la torre de control del cuartel de Rivera, Uruguay, y toqué las alarmas.
Al grito de “se escapan los tupas” se desplegaron los militares hasta que me descubrieron y me gritaron “¡Bajate de ahí, hijo de una gran puta!”.
Esto lo recuerdo bien. No recuerdo, como decía mi abuela y lo repetían otros, que me bajé enojado y el milico me llevó arrastrando de un brazo.
Eso fue en el año 1973
. Antes había conocido la cárcel de Salto y por último la de Libertad, con motivo de las visitas que mi familia le hacía a mi abuelo,
 Ursino Albernaz, “el León pelado”, el viejo rebelde, la oveja negra de una familia de campesinos conservadores.
Según diversos testimonios, el viejo fue detenido por darles de comer en su granja a unos tupamaros prófugos.
Desde entonces tuvo que aguantar todo tipo de torturas, encapuchado y golpeado por algunos de sus vecinos de poco rango; con las manos atadas por detrás, tuvo que esquivar los piñazos del ahora célebre capitán Nino Gavazzo, a quien hasta los servicios de inteligencia de Estados Unidos (con un historial vergonzoso en las dictaduras de la época) impidieron su ingreso al país calificándolo de “borracho bocón” cuando se supo de la amenaza contra la vida del congresista estadounidense Edward Koch.
   De esos cursos en el infierno, mi abuelo salió con una rodilla reventada y algunos golpes que no fueron tan demoledores como los que debió sufrir su hijo menor, Caíto, muerto antes de ver el final de lo que él llamaba “tiempos oscuros”.
   En la cárcel de Libertad (la más famosa cárcel de presos políticos se llamaba así porque estaba en un pueblo del mismo nombre, no por la incurable ironía rioplatense), el tío Caíto le confesó a su madre que había sido allí, en la cárcel, donde se había convertido en aquello por lo cual estaba preso.
Siempre hablaban a través de un vidrio. Luego seguíamos los niños por otra puerta y salíamos a un patio tiernamente equipado con juegos infantiles.
Allí estaba el tío, con su bigote grueso y su eterna sonrisa. Su incipiente calvicie y sus preguntas infantiles.
A mí me elegían siempre para memorizar los largos mensajes que todavía recuerdo, ya que desde entonces perdí la generosa capacidad de olvidar. Entre los niños hamacándose y tirándose de los toboganes, yo me acercaba al tío y le decía, en voz muy baja para que no me escuchara el guardia que caminaba por allí, el mensaje que tenía.
   El tío había sido torturado con diferentes técnicas: en Tacuarembó lo habían sumergido repetidas veces en un arroyo, lo habían arrastrado por un campo lleno de espinas.
Lo habían encerrado en un calabozo y, mostrándole una riñonera ensangrentada, le habían informado que lo iban a castrar al día siguiente, razón por la cual había pasado aquella noche intentando esconder sus testículos en el vientre hasta reventar.
Al día siguiente no lo castraron, pero le dijeron a su esposa que ya lo habían hecho, por lo cual su flamante esposo ya no le iba a servir ni de esposo ni de padre para sus hijos.
   La tía Marta volvió al campo de sus suegros y se pegó un tiro en el pecho. Mi hermano y yo estábamos ese día de 1973 en aquella casa del campo, en Tacuarembó, jugando en el patio al lado de una carreta. Cuando oímos el disparo fuimos a ver qué ocurría.
La tía Marta estaba tendida en una cama y una mancha cubría su pecho. Luego entraron personas que no puedo identificar a tanta distancia y nos obligaron a salir de allí. Mi hermano mayor tenía seis años y comenzó a preguntarse:
¿Para qué nacemos si tenemos que morir?”.
La abuela Joaquina, que era una inquebrantable cristiana a la que nunca vi en iglesia alguna, dijo que la muerte no es algo definitivo, sino sólo un paso al cielo. Excepto para quienes se quitan la vida.
   – ¿Entonces la tía Marta no irá al cielo?
   –Tal vez no –contestaba mi abuela–, aunque eso nadie lo sabe.

   El tío Caíto murió poco después de salir de Libertad, en 1983, casi diez años más tarde, cuando tenía 39. Estaba enfermo del corazón.
Murió por esta razón o por un inexplicable accidente en su moto, una noche, en un solitario camino de tierra, en medio del campo.
   Ninguno fue un desaparecido. Ninguno murió en una sesión de tortura. Como muchos, fueron simplemente destruidos por un sistema y por una cultura de la barbarie.
   El resto, aquellos niños que fuimos, seguiremos de alguna forma vinculados con esa barbarie hasta nuestras muertes.
Nos queda, sin embargo, la posibilidad de ejercitar nuestra libertad de conciencia y hacer algo con todo ese estiércol, como un agricultor que abona un suelo en procura de algo más bello y productivo.

   El 27 de julio de 1973 tuvo lugar el golpe de Estado cívico-militar que duró hasta 1985 y que precedió al golpe en Chile el 11 de setiembre y el de Argentina tres años después.
(*) Escritor y profesor nacido en Tacuarembó en 1969, Jorge Majfud estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes y en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República.
Es máster en literatura y doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Georgia, en Estados Unidos. Ha sido profesor en la Universidad de Lincoln y en la Universidad de Jacksonville.

jueves, 4 de julio de 2013

La Luz en las sombras del pasado.

La Luz en las sombras del pasado.









Una intervención de espejos sobre la fachada, del ex centro de tortura SID (Servicio de Información y Defensa)  en Bulevar y Palmar, dio luz sobre las sombras de ese lugar siniestro. Ese nido del Cóndor en Uruguay, funcionó hasta 1976.  A ese lugar trajeron a los uruguayos secuestrados en Argentina, para someterlos a nuevas torturas. Allí nació Macarena Gelman, y allí mataron a su madre que aún no sabemos donde está.
La mañana se presentó luminosa precisamente para poder llevar adelante la intervención artística de los argentinos Cristina Piffer y Hugo Vidal,  acompañados por el uruguayo Clemente Padín.
Espejos colocados sobre maderas en el piso de entrada, de diferentes tamaños, rotos algunos, yacían iluminando como pequeñas ventanitas sobre el edificio.
Este centro militar fue desocupado para que sea utilizado por el Instituto Nacional de Derechos Humanos en un próximo tiempo.
Cuando se efectuó la desocupación los militares se aseguraron de dejarlo en pésimas condiciones. Hoy prácticamente las redes eléctricas son un peligro y las cañerías están tapadas. Así lo dejaron, con saña, con violencia como es su costumbre.  Antiguamente fue una gran mansión, lo sigue siendo a pesar de todo el desarreglo. Una exquisita arquitectura con enormes vitroux de época, escaleras de mármol rosado con un trabajo estupendo de herrería en sus pasamanos y puerta de entrada  dan la impresión de cierta irrealidad si se piensa en el horror que vivieron allí los jóvenes uruguayos.
Existen varios proyectos en danza ninguno a corto plazo se avizora y costosos todos. 
Sería un excelente lugar de cultura de la memoria donde todas las organizaciones que así lo deseen podrían desarrollar actividades variadas, para todo el público.
El recorrido me era conocido, ya lo había registrado con los sobrevivientes de Orletti.
El brillo de tu mirada nombre de la instalación dice Elbio Ferrario director del museo de la memoria, tiene la intención de “apuntar al futuro”.
Yo le agregaría dar luz donde hubo sombras.
Martha Passeggi
Reportera-gráfica.





lunes, 1 de julio de 2013

Montevideo jalonada de movilizaciones.

Montevideo jalonada de movilizaciones.

Durante esta última semana de junio del 2013,  se recordó los 40 años del golpe cívico-militar  instaurado durante casi doce años en el país. Diversos fueron, los  preparativos que se organizaron para la fecha del 27 de junio;  mesas redondas donde se abordarían los temas que desembocaron en el golpe de estado en el país de 1973 a 1985, además de los golpes de estado en el Cono Sur. Esas jornadas, fueron propuestas a instancias de  la academia, apoyada por  la Intendencia de Montevideo y por diferentes organizaciones de derechos humanos y la central obrera. La invitación a personalidades de países limítrofes, relacionados a la investigación de los hechos sobre los golpes de estado en Chile, Argentina y Brasil,  panelistas, historiadores, víctimas del terrorismo de estado, etc., concentró un número mayor  que el público que concurrió al evento.  

Un despliegue de recursos y logística importante, para ser ofrecido a un público muy ínfimo, en horarios de trabajo, y  cantidad de temas que bien, se podían haber abordado en dos o tres mesas con dos o tres panelistas.

Pasó sin pena ni gloria una actividad que se podría haber diagramado fuera del ámbito y forma,  de donde se la realizó para beneficio de todos.

¿Por dónde camina la memoria?

Pero allí no culminaron las actividades para la recordación del golpe.  La semana estuvo atravesada por una serie de movilizaciones, donde uno de los temas centrales era  el presupuesto destinado desde el gobierno,  a los trabajadores de la enseñanza pública.

Una primera movilización de los docentes y maestros frente a la casa de gobierno  en la calle Suárez y Reyes,   fue acompañada, por otros trabajadores en apoyo a su reclamo de más salario y presupuesto  a la enseñanza. El miércoles 26 de junio,  seccionaba el consejo de ministros para culminar el cierre del presupuesto.  A pesar de las vallas de metal y un fuerte dispositivo policial impuesto desde el gobierno como límite a la movilización, se llevó de igual forma adelante la protesta con oratoria,  de los dirigentes de las gremiales de la   enseñanza, culminando con la quema de una olla simbólica con la inscripción del 6% solicitado,  y que solo  fue otorgado el 3% desde el gobierno  considerándolo insuficiente.  Mientras se desarrollaba esta actividad en las puertas de la casa residencial, varios centros  enseñanza se mantenían ocupados.

El mismo día 27 de junio, se daría fin a las mesas redondas en la IMM.  Además  se programó, que en diversos puntos de la ciudad se proyectaran varios cortos documentales referentes al golpe de estado, y a esto se le sumó una concentración y marcha hacia el costado del  Teatro Solís convocada por el PIT-CNT y  FEUU. Dirigentes de la central obrera dieron una oratoria, reafirmando la lucha del pueblo, que con escasa concurrencia, culminó dispersándose.  Al mismo tiempo, otra marcha  partía de la misma Plaza Independencia convocada por la Plenaria Memoria y Justicia, pasando por varios puntos neurálgicos relacionados con los  intereses económicos fomentadores del golpe y círculo militar,  finalizando en la suprema corte de justicia fuertemente vallada y con dispositivo policial.  Todas las actividades estuvieron convocadas a las 19 horas, en casi todos los puntos cercanos al centro de Montevideo.  

Juventud, túnicas  y consignas.

Al filo de la semana y al filo del cierre de la rendición de cuentas por parte del gobierno, los esfuerzos de los distintos gremios de la enseñanza en intensas asambleas y  con los ánimos crispados  enfrentados en distintas posiciones sobre el tema; resuelven una nueva movilización, esta vez en la Avenida 18 de Julio para el viernes 28 a las 17 horas, con la intención de revertir lo otorgado.   

La Asociación de  maestros (ADEMU), partió desde el Obelisco, a las 17 horas formando una cadena de manos en fila y de túnicas blancas, por 18 de Julio, acompañadas de escolares.

Al llegar a la Universidad, los docentes y funcionarios que esperaban el arribo de los maestros, se encolumnaron y se plegaron a la marcha que siguió rumbo a la Plaza Independencia. Pancartas, color, juventud y  consignas fue la tónica activa de la gran marcha que jalonó como pocas movilizaciones en los últimos tiempos.

La llegada a la Plaza Independencia fue otro capítulo relevante, allí convergió la otra marcha de los trabajadores del taxi que partió desde la calle Libertador esquina Nicaragua, donde está el IPA (Instituto de profesores Artigas), El Sindicato de los taxistas se movilizó en apoyo a la lucha de los docentes de la  enseñanza pública “por una rendición de cuentas al servicio del Pueblo Trabajador”, lucía su consigna.

Un multitud abrumadora con cánticos y consignas “primero educación para el hijo del trabajador, después educación para el hijo del burgués”, "Diputado, diputado, que contento se te ve, vos ganas 100 palos, yo no llego a fin de mes","; "a ver, a ver, señor presidente, si usted puede vivir con un sueldo de docente", etc.
El desacato de las masas.

Estaba previsto que la marcha culminara frente a la Torre Ejecutiva, pero al llegar a la entrada de la Plaza Independencia, se encontraron con  un camioncito que allí lucía,  algo desvencijado,  en el cual se treparon primero los medios gráficos y de televisión,  para obtener imágenes con una vista privilegiada, para poder captar la inmensidad de la marcha. Desde ese mismo lugar los dirigentes de la central obrera darían  una oratoria para finalizar el evento  y frenar de esa forma el avance de los manifestantes, a la torre ejecutiva. Dicen que problemas en el audio, no permitieron que se completara la oratoria, aunque los que estuvimos atentos vimos que un grupo importante se desprendió de la marcha por un costado y siguió su caminata rumbo a las puertas de la torre ejecutiva, con gritos de protesta y  fastidiados por el manejo del control de la central de impedir el avance  al lugar concertado por los gremios de la enseñanza, que en pocos minutos avanzó hacia el otro lugar, llenando el espacio de calle,  plaza y alrededores.  Todo se desarrolló con total normalidad, allí otros organizadores de los llamados grupos combativos, tenían todo listo con audio incluido, pudiendo hablar cada dirigente de los gremios en conflictos, con fuertes criticas al gobierno. Bombos y redoblantes sonaron con fuerza, al son de pequeños giros de las maestras y jóvenes que danzaron en ronda en algunos momentos de algarabía. No faltó algún petardo estruendoso que le dio un toque de susto a más de uno. Sobretodo a los integrantes del gobierno. Así finalizó el mes de junio, a 40 años del golpe de estado.

                                                                 Editorial Martha Passeggi reportera-gráfica.