Domingo,
11 de septiembre de 2011
Lo peor para un ser humano es no pertenecer a una
esperanza colectiva. (El otro 11 de septiembre)
Enrique Ubieta Gómez
Cuando entrevisté en 2003 a
Andrés Pascal Allende, quien fuera secretario general del
MIR, Chile parecía inamovible en el espíritu conservador, heredado de la
dictadura pinochetista. Sin embargo, me dijo: "No tengo dudas de que
asistiremos --no sé cuando-- a una situación de emergencia en Chile, y veremos
resurgir un movimiento que abogará por el cambio. Incluso te diría que será
mucho más radical de lo que nosotros fuimos. No me refiero a las formas de
lucha, porque la radicalidad no está en las armas, sino en la profundidad de
los cambios que te propongas. Y el cambio que exige la sociedad capitalista globalizada
en la que vivimos, no es sólo político, es de civilización, de cultura, es la
construcción de otra forma de vida. Yo no estoy desesperanzado. Al contrario,
tengo grandes expectativas." En estos días de aniversario del golpe de
estado –esas "torres gemelas" de la esperanza derribadas en Santiago
de Chile por la CIA–,
la juventud chilena se encarga de dar la razón al viejo combatiente
revolucionario. Reproduzco la entrevista, en la que Pascal Allende recuerda
aquellos primeros días de estupor y los siguientes, de resistencia popular.
Han pasado treinta años del 11 de septiembre de Santiago de Chile, el que le
enseñó a mi generación el oscuro rostro del fascismo. La noticia del Golpe de
Estado y las muertes que lo acompañaron sembraron la indignación y la tristeza
en el recuerdo de todos los latinoamericanos: Salvador Allende, el gallardo
Presidente que nos hablara a los cubanos en la Plaza de la Revolución, tan diferente y tan parecido a Fidel;
su escudero, el periodista Augusto Olivares; más tarde, el trovador del proceso
revolucionario, Víctor Jara, sus manos cercenadas; también, paralizado su
corazón por la impotencia, el poeta que soñó esperar el año 2000 en la Sierra Maestra,
Pablo Neruda. Y miles, decenas de miles de muertos desaparecidos, de exiliados.
El Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), conducido por Miguel Enríquez,
iniciaba una nueva etapa de lucha armada urbana. Andrés Pascal Allende, sobrino
del Presidente, uno de los fundadores del Movimiento y su secretario general
tras la muerte en combate de Enríquez, fue durante años uno de los hombres más
buscados en Chile. Ahora, sentado frente a mí, recuerda a sus compañeros de
lucha, reflexiona sobre los años de clandestinidad e imagina el futuro de
Chile. No es un hombre vencido.
Enrique Ubieta Gómez: ¿Qué
significación tiene para usted el 11 de septiembre?
Andrés Pascal Allende: Yo
recuerdo el 11 de septiembre más que por la destrucción de las Torres Gemelas,
por el Golpe de Estado en Chile, o más bien, por la muerte de un sueño para gran
parte de mi generación, para un pueblo decapitado por la asonada militar que
llevó al establecimiento de la dictadura de Pinochet en Chile. Recuerdo con
dolor la muerte de Allende, un dolor que mezcla el amor familiar, porque
Allende era hermano de mi madre, teníamos una relación afectiva muy fuerte, y
al mismo tiempo la conmoción moral, política, que significaba para todos
nosotros su decisión de morir en La
Moneda, defendiendo sus principios, sus convicciones.
Finalmente te diría que el 11 de septiembre también significó para mí la
ruptura de lo que hasta ese momento era el sueño de una nueva realidad de
construcción social, y la aparición del odio hacia quienes habían frustrado
violentamente esa esperanza, y habían golpeado tan duramente a nuestro pueblo,
a muchos de nuestros compañeros que murieron en los enfrentamientos. Por
primera vez, el 11 de septiembre yo enfrenté un combate armado, vi caer gente
mía. Fue como si entrara a un mundo distinto, como si se desmoronara lo que
hasta entonces, a pesar de las contradicciones tan agudas que había en el país,
era un Chile todavía, incluso, amigable. Sobrevino un mundo de confrontaciones
muy violentas, una vida muy dramática.
E. U. G. ¿Dónde
estuvo usted ese día, el 11 de septiembre de 1973?
Pascal Allende: Bueno,
ese día a mí me pilló (y a todos nosotros) de sorpresa. Nosotros siempre en el
MIR habíamos esperado que el proceso de reformas encabezado por la Unidad Popular
tuviera probablemente un final violento, temíamos el golpe militar, habíamos
procurado prepararnos lo más posible, pero ya en el último mes pensábamos que
era más improbable que se realizara, porque había en sectores importantes del
propio gobierno de Allende un interés en la búsqueda de una salida política
negociada que aparentemente hacía posible que no hubiera una confrontación tan
violenta como la que significó el golpe. De hecho, ya había una cierta
represión contra el movimiento popular y contra sectores de la izquierda más
radicales, de modo que era como el cuento de Pedrito y el Lobo, que venía el
golpe, que venía el golpe, y después no pasaba. Pero vino en definitiva y ese
día yo estaba en una casa de seguridad porque ya nos estaban buscando antes del
golpe a los dirigentes del MIR. Lo primero que hice en la mañana fue dirigirme a
otra casa de seguridad donde en caso de emergencia teníamos previsto reunir a la Comisión Política
del MIR. Allí Miguel Enríquez me encomendó que fuera a la embajada cubana
porque había un compromiso de que, en caso de producirse el golpe, nos iban a
entregar algunas de las armas que tenían para su defensa.
Nosotros teníamos muy pocas armas, cualquiera nos venía bien. Entonces me
dirigí en la camioneta con otros compañeros a la embajada. Pero no pudimos
llevarnos las armas. Al salir, nos encontramos a los carabineros que estaban
empezando a cerrar el callejón de acceso, de modo que cuando salimos se produjo
un enfrentamiento. Éramos tres, yo andaba con una pistola, otro compañero sin
armas, y uno de los guardias de la
Embajada me regaló otra pistola. De modo que salimos con
estos dos compañeros, yo iba manejando, al llegar a la esquina ya había
carabineros y algunos del grupo Patria y Libertad cerrándole el paso a la
embajada. Me reconocieron y se produjo un enfrentamiento armado, pero logramos
atravesar la barrera y salir. De allí volví al local donde estaba reunida la
dirección, me encontré con Miguel Enríquez, quien iba saliendo hacia una
fábrica que se llamaba Indumet, donde se reunirían dirigentes socialistas y
comunistas con el propósito de unir fuerzas. Mientras transcurría la reunión
las fuerzas especiales empezaron a rodear la industria y nuevamente se produjo
un combate, un enfrentamiento, pero ya estábamos mejor armados. Y nuevamente
logramos evadir el cerco, salimos por la parte de atrás de la industria y
rompimos el cerco antes de que lo completaran. Y pudimos salir y replegarnos
hacia una población cercana. Nosotros desconocíamos el lugar, de modo que sin
saber fuimos a parar a una comisaría de la policía, donde nuevamente se produjo
otro enfrentamiento. Logramos salir de esa situación y reencontrarnos con los
compañeros de la dirección. A estas alturas, pasado el mediodía, nosotros ya
sabíamos que Allende había muerto, lo que nos produjo un impacto muy grande y
ya la situación de control de la ciudad, de las fuerzas golpistas era mayor,
quedaban solo reductos aislados de resistencia. Era evidente que sería difícil
para nosotros coordinar nuestras fuerzas y tomamos la decisión entonces de
pasar a la clandestinidad.
E. U. G. ¿Permaneció en Chile?
Pascal Allende: Sí,
después, digamos que ya en los meses siguientes, el esfuerzo principal de los
cuadros del Movimiento fue pasar a la clandestinidad, lo cual era bastante
difícil, porque era una organización que aunque tenía ciertas medidas de
seguridad previas, el 90% de su actividad no era conspirativa, sino política,
social, abierta. Si en Santiago era difícil generar una estructura que le
permitiera continuar al Movimiento actuando desde la sombra, era mucho más
difícil todavía en provincia, en los pueblos más pequeños, a donde algunos
compañeros se habían replegado. Muchos de ellos tuvieron que venirse a la
capital, de modo que gran parte de lo que fue 1973 y 1974 se dedicó a eso, a
sobrevivir en la clandestinidad. Nosotros tomamos la decisión, quizá un poquito
extremista, de plantear que el MIR no se asilaba. Lo que queríamos con eso era
tratar de evitar la desmoralización sobre todo en la base social de apoyo,
porque era muy difícil sobrevivir en esas condiciones. Se había producido un
exilio masivo de dirigentes de la izquierda y eso producía una gran
desmoralización. Todavía nosotros no preveíamos cuan profundo iba a ser el
golpe, cuan brutal sería la represión. Y pensábamos que todavía podíamos
sortear la situación desde la clandestinidad, y con cierta rapidez retomar la
iniciativa. Pero eso no ocurrió así. Y creo que debíamos haber tenido una mayor
flexibilidad táctica y haber mantenido algunos cuadros de dirección y
militantes clandestinos en el país, pero haber sabido proteger digamos a una
parte importante de nuestra capacidad de dirección. Lo que no ocurrió.
Finalmente ya en el 75 decidimos de forma unánime que Miguel saliera, en contra
de su voluntad, y que yo lo reemplazara en la conducción del Movimiento en
Chile. Ya fue muy tarde. En el momento en que se preparaba su salida, los
aparatos represivos detectaron dónde se encontraba Miguel y este muere en un
enfrentamiento armado. Yo pasé a reemplazarlo en la dirección del Movimiento y
me mantuve en Chile hasta el año 76. El embajador de Costa Rica en Chile fue
colaborador nuestro, era un hombre liberal, no marxista, pero era una persona
de convicciones democráticas y siempre nos apoyó, en particular a mí me había
dicho que en un momento de apuro no dudara en recurrir a él y, efectivamente,
hubo un momento en que se produjo un enfrentamiento muy cruento en el campo,
del cual logramos salir hacia un lugar peor donde también nos detectaron,
prolongándose el combate con las fuerzas militares. El repliegue duró varios
días.
Finalmente logramos llegar a Santiago, pero la gente estaba atemorizada y uno
no tenía donde esconderse. Yo recurrí entonces a ese amigo embajador que me
escondió en su casa, pero él tenía una empleada doméstica que cuidaba a los
niños, que era novia e informante de un policía y en cuanto vio llegar a una
persona extraña lo informó y los aparatos represivos no tardaron en suponer que
podía ser yo, y rodearon la embajada costarricense. Entonces la dirección del
Movimiento, a pesar de que yo estaba intentando salir de allí, tomó la decisión
de que no lo hiciera a través de una operación que podía ser difícil y que
podía no resultar bien, y saliera al exilio, lo que para nosotros, con esa
moralidad que teníamos de no exiliarnos, era duro. Finalmente yo renuncié a la
dirección del Movimiento, pero fui ratificado después. Así que salí hacia Cuba,
acá estaba mi familia. Y después de prepararme, retorné a Chile en el año 78.
Ese fue ya un período en que retomamos la iniciativa y realmente a partir del
77 ó 78 comienza una reactivación de la lucha de resistencia popular que
culmina a mediados de la primera mitad de los años 80, en un período de grandes
movilizaciones, de asonadas callejeras, en el que se produjo la incorporación
del Partido Comunista al accionar armado también. Tuve la suerte de participar
en esa etapa, que coadyuvó al debilitamiento político de la dictadura. La
represión creció, se masificó, pero surgió una división dentro de las fuerzas
de la burguesía y del propio régimen, parte de las cuales comenzaron a buscar
la negociación con sectores de la oposición, con la Democracia Cristiana,
a lo cual se incorporó el Partido Socialista, algunos sectores de izquierda,
dividiendo lo que era el movimiento popular de resistencia democrático, que a
estas alturas había tomado bastante fuerza ya. La negociación abre la puerta
del plebiscito. Ese plebiscito se ganó por la oposición, ya la población estaba
cansada de la guerra y aspiraba a poder volver a un régimen de democracia, de
paz social, política, en el país. Y puso todas sus esperanzas, sus expectativas
en esas promesas que le hiciera la oposición burguesa. Eso produjo una crisis
dentro del MIR. Hubo quienes quisieron plegarse a esa política, otros que no
quisimos, lo cual llevó a un quiebre del Movimiento, por su incapacidad para
resolver en un debate interno la política a seguir en las nuevas
circunstancias. Entonces, se convocó a un Congreso, pero hubo un sector que no
participó y que divide el Movimiento. A raíz de ese Congreso yo ya renuncié a
seguir dirigiendo el MIR y me retiré de la Dirección del Movimiento.
E. U. G. ¿Cuál fue la acción más importante en la que
le tocó participar?
Pascal Allende: Es
la primera vez que me hacen esa pregunta. Yo diría que no fue ninguna acción
armada. Las acciones armadas tratábamos de evitarlas, sobre todo cuando la
iniciativa estaba de parte del enemigo, eran más bien acciones de resistencia.
Para mí lo más importante fue participar en lo que es la acción cotidiana de un
movimiento revolucionario, sobre todo en el período anterior al golpe, en que se
produjeron grandes movilizaciones sociales, políticas, actos de masas, un
período de ascenso de las luchas populares, un período muy bonito, en el
sentido de que era de una gran solidaridad, y de grandes expectativas y
esperanzas como son los períodos revolucionarios en los que pareciera que el
tiempo adquiere un ritmo más acelerado, por lo menos desde el punto de vista
vivencial. Los tiempos de la clandestinidad, de la resistencia, son lentos; uno
vive encerrado, ve poca gente, y es un esfuerzo bastante anónimo, silencioso.
Aunque por otra parte, tienen el valor de que en los momentos extremos uno
aprende a conocer las cosas más grandes y las cosas más tristes de los seres
humanos. Yo aprendí a conocer a mis compañeros, a no dejar de sorprenderme de
su generosidad, que los hacía capaces de entregar incluso la vida en la lucha
de resistencia por su pueblo, gente joven, amante de la vida, enamorada, con
muchos sueños y esperanzas, capaz de sacrificar la vida por eso. Conocí la
extrema generosidad y el amor más desprendido, y te diría más: estoy vivo
porque hubo compañeros que en situaciones de enfrentamiento con las fuerzas
represivas combatieron a mi lado y resistieron para que yo pudiera escapar.
Y también vi gente buena, con valores fuertes, que ante el extremo de la
tortura, de las brutalidades de esa represión constante, eran incapaces de
resistir. No porque fueran malos, ni traidores, realmente porque a veces las
cuerdas del ser humano se cortan y hay gente que no resiste más. Pero vi los
dos extremos: también el sadismo, la maldad, cómo el hombre puede llegar a
torturar, a matar impunemente. Te das cuenta de que la ideología puede ser una
fuerza enorme para liberar a los hombres, a los pueblos, y puede ser un
instrumento terrible para convertir a los hombres en bestias. Eso es lo que
viví en esa etapa de clandestinidad. Ahora recuerdo esos días con tristeza y
con alegría. No me arrepiento de haberlos vivido, al contrario, pienso que tuve
ese privilegio, pero guardo la tristeza de haber perdido a compañeros, a
familiares en esa lucha. Pero a veces los recuerdos son alegres, y uno no deja
de reírse de situaciones divertidas que atravesábamos y piensa en el
compañerismo, en la lealtad, en el amor que nos unía. Es muy bonito en la vida
poder pertenecer a algo, tener ese sentido de comunidad, de pertenencia a una
causa común. Digo esto porque encuentro a veces que muchos jóvenes de esta
generación no tienen ese privilegio. Lamentablemente, esta fase neoliberal del
capitalismo que ha inundado el mundo, ha desarrollado la sociedad del
individualismo extremo, donde el tener es más importante que el ser, en la que
se vive la soledad, el aislamiento de las personas. No son muchos los que
tienen la suerte de poder ser partícipes de un proyecto conjunto, de una comunidad
de ideas, de esperanzas, de valores, de identidad. Pienso que lo peor que puede
ocurrirle a uno es vivir así aislado, y no poder pertenecer a una esperanza
colectiva.
E. U. G. Suelen
ahora calificar a esos grupos de resistencia como terroristas. Si tuviera que
calificar de terrorismo o de terrorista a algo o a alguien, ¿cómo valoraría hoy
las acciones represivas de la dictadura de Pinochet y la respuesta de ustedes?
Pascal Allende: Muchas
veces, los periodistas comienzan su pregunta así: usted que pertenecía a un
grupo terrorista… Y yo siempre respondo: nosotros nunca torturamos a nadie,
nunca asesinamos a nadie, nos vimos obligados a usar las armas para defendernos
de la represión, y a luchar por lo que era el legítimo derecho de un pueblo de
oponerse a una dictadura que había violado la Constitución, que se
había impuesto por la violencia, un régimen de dominación brutal. En realidad
fuimos nosotros los que sufrimos el terrorismo de un estado militar que
torturó, asesinó y desapareció a miles de personas, que empujó a decenas de
miles de personas a abandonar su patria, dividiendo a las familias, que
destruyó lo que era una convivencia hasta ese momento racional, un Chile que
era todavía una comunidad. Desde ese día en adelante y hasta hoy, Chile dejó de
ser una comunidad y no ha vuelto a reconstituirse como tal, es decir como un
proyecto propio, nacional, de desarrollo, de integración latinoamericana.
Hoy Chile es una suerte de neocolonia neoliberal del capital globalizado.
Internamente, la sociedad está muy atomizada, falta ese cemento que une a los
pueblos en un proyecto nacional, como el que tiene Cuba, o como el que han
tenido otros procesos revolucionarios. Este tipo de agresiones, de represiones
contra el pueblo, lo llevan también a ejercer la violencia de la resistencia.
Eso es legítimo. La frontera, cuando tu estás en una lucha de resistencia de
ese tipo, entre lo que es moral y políticamente correcto, y lo que no lo es, es
muy fina, y depende a veces mucho de las circunstancias concretas, de las situaciones
históricas precisas que se vivan, para que una acción de enfrentamiento armado
sea legítima o no. En el caso del MIR nosotros fuimos siempre extremadamente
cuidadosos para evitar víctimas inocentes. Nos negamos siempre a realizar
acciones que pudiesen perjudicar a la población o a personas inocentes. Todas
nuestras acciones tenían un destino claro y apuntaban a ajusticiar a veces a
torturadores, a responsables de la represión, otras veces eran sabotajes que no
implicaran vidas humanas. Evitábamos incluso acciones contra los policías de la
calle o contra cualquier uniformado, porque ellos tampoco eran responsables de
la represión. Siempre cuidamos al máximo los límites de la violencia.
E. U. G. Ustedes conocieron por experiencia propia lo
que significa vivir en un estado fascista, aunque el término quizás se asocie
con un hecho histórico de características específicas, pero suele traspolarse y
usarse de una forma más general, para describir a los estados represivos de
América Latina que fueron auspiciados por Estados Unidos, por un país
aparentemente democrático; ahora sin embargo, el gobierno de Estados Unidos, de
una forma más desembozada, está implementando una política exterior de corte
fascista…
Pascal Allende: Indudablemente,
hoy asistimos a una fase del desarrollo del capitalismo global, en que la
hegemonía norteamericana se expresa no tanto por su liderazgo económico, sino
por el ejercicio de una política de carácter fascista, en el sentido de que
utiliza la violencia y todo el poderío de los medios de comunicación para
uniformar el pensamiento mundial, e imponer una ideología de justificación de
esas acciones represivas, y donde sin ninguna legitimidad, sobre la base de la
mentira, como hacían Hitler y Goebbels, en el uso más descarado de la mentira,
se declaran guerras como la que recientemente se realizó en Irak, donde todavía
no han aparecido las amenazantes armas que justificaron la agresión. Todo ese
aparataje ideológico, todo ese poderío de los medios de comunicación, todo ese
discurso para legitimar la solución bélica, lo que oculta detrás es el control
de las fuentes de riqueza, que puedan hacer sobrevivir a su propio capitalismo.
Esa solución, lamentablemente, volverá a repetirse en otras regiones del mundo.
Esa amenaza no terminó con la guerra de Irak, es la política que este gobierno
está extendiendo. Pero en América Latina creo que afortunadamente comenzamos a
vivir un momento en el que se recobra el sentido de integración, en gobiernos
como los de Brasil, Venezuela o incluso ahora Argentina, en movimientos
populares con bastante fuerza como los de Bolivia, o Ecuador, que rescatan un
sentido de identidad y dignidad nacional, que hasta ahora era una bandera
mantenida solitariamente por Cuba. No quiero decir con esto que de inmediato se
produzcan oleadas revolucionarias, eso es algo que ocurrirá, pero es un proceso
más complejo, más largo. Pero al menos comenzamos a ver esto. Y lo que yo me
temo es que esta situación pueda generar otra vez la intervención
norteamericana o reactivar otras formas de represión como las que hubo en el
pasado reciente.
E. U. G. Quienes
intentan justificar el golpe militar en Chile, suelen repetir que la dictadura
fue sangrienta pero desarrolló económicamente el país. ¿Es cierto esto?
Pascal Allende: Yo
diría lo siguiente: fue un gobierno sangriento, dictatorial, que usó todo el
poder represivo del estado para implantar un nuevo modelo económico. Ese modelo
nuevo tuvo un costo humano enorme, que todavía no se puede medir. Fue enorme
por lo sangriento que fue, por su represión contra el movimiento sindical,
contra el movimiento popular, e incluso contra sectores de la propia burguesía.
En Chile entre los años 30 y 70 del siglo XX se había desarrollado una cierta
burguesía productiva de carácter nacional. Este sector de la burguesía fue
arrasado. Muchos sectores de la clase media habían logrado en ese período una
serie de conquistas sociales y ciertas condiciones de vida favorables
--profesionales, empleados públicos, etc-- y fueron empujados por la dictadura
a la proletarización, hacia la pobreza. Se implanta un modelo de concentración
de la riqueza en una minoría, un proceso de privatización radical de los bienes
de la nación, de la minería, que van a parar en un remate a manos de los
militares asociados a los capitales monopólicos nacionales y extranjeros y se
establece entonces un modelo de economía totalmente neoliberal. Fue el
experimento inicial del neoliberalismo en un país subdesarrollado, una economía
totalmente abierta al capital extranjero, al comercio internacional, que
destruye toda la producción propia --en Chile hoy en día todo se importa-- y
que se basa en la superexplotación de ciertas riquezas naturales en las que el
país tiene ventajas comparativas, como la madera, el cobre, la pesca, la
agricultura, las frutas, con un costo ecológico muy grave para el país. Es una
economía con pies de barro, muy dependiente de los vaivenes de la economía
internacional. Ya lo hemos sufrido, con cualquier medida proteccionista Estados
Unidos le cierra la entrada a las frutas y el efecto que produce en el campo es
terrible, miles de personas quedan cesantes, desocupadas.
Es un país que tiene medios de comunicación muy modernos, la capital parece ser
la de un país desarrollado, hay un sector de la sociedad que vive en el
consumo, parte de esta burguesía que ha ido concentrando brutalmente la
riqueza, pero el resto del país vive en la pobreza, para la mayor parte de la
gente la vida cotidiana está llena de tensiones. Chile tiene uno de los índices
de suicidios más altos del mundo. Hay un amplio sector que vive en la extrema
pobreza. La salud es pagada, la educación se ha privatizado. Para poder tener
un hijo que estudie en la
Universidad hay que ser bastante rico. Quienes viven un poco
mejor viven endeudados. En la carrera por la sobrevivencia si tu pierdes el
trabajo lo pierdes todo, porque no eres dueño de tu casa, de tu carro, no
puedes pagar la educación de tus hijos, si te enfermas no sabes cómo vas a
pagar la atención y los medicamentos. Perder el trabajo es el derrumbe total de
una familia. Eso provoca un comportamiento lacayuno en los trabajadores, en los
empleados, que rompe todo sentido colectivo y te lleva a lo que inicialmente
comentábamos, a esa vida de individualismo, de soledad y de lucha en una selva,
donde la ley de sobrevida es implacable.
E. U. G. La
juventud chilena, ¿cómo recuerda el 11 de septiembre? ¿Conoce la historia?
Pascal Allende: Yo
pienso que sí.
Con el tiempo se descubre cada vez más lo terrible que fue la
dictadura. Han aparecido enterramientos colectivos, los locales donde se
practicaba la tortura. Eso lo ha ido conociendo la población. Como un agua
pestilente, de alcantarillado, ha ido emergiendo la verdad por los poros de la
sociedad, aunque falta todavía mucho por conocer. Y el sentimiento mayoritario
del país es de condena. Algunos militares y políticos de derecha se han visto
en la necesidad de formular débiles autocríticas. Al mismo tiempo la imagen de
Allende ha resurgido, a pesar de que siempre trataron de mantenerla en un
segundo plano. Allende es todo un símbolo de nuestro pueblo, de nuestra
juventud, un símbolo de consecuencia, de valentía, y la propia historia oficial
ha tenido que reconocerlo, y hacerle monumentos. Claro, los gobiernos de
"izquierda" entre comillas que hemos tenido, intentan difundir una
imagen light de Allende, que lo suavice, que lime su arista de revolucionario,
de conductor de un cambio social anticapitalista o socialista, y destacan sólo
su apego a la democracia. No obstante, yo te diría que Allende es la imagen en
Chile de lo que es un dirigente popular revolucionario, eso está impregnado en
la mayor parte de la juventud. Llama la atención incluso que figuras como
Miguel Enríquez vayan adquiriendo con el tiempo una fuerza inusitada. Son
decenas de libros publicados sobre él, sobre la propia lucha del MIR. En los
últimos tiempos en muchos sectores de la juventud se recobra el interés por esa
historia. Me toca vivirlo, porque cuando voy a Chile recibo invitaciones de
distintos colectivos o grupos, para que les hable de Miguel, de la historia del
MIR. Hoy en día no existe una izquierda organizada en Chile, existe una
atomización total. Hablo de la verdadera izquierda, no de la supuesta izquierda
que está en el gobierno.
El movimiento social también está dividido. No es como antes, que existían
grandes organizaciones sociales. Ahora prima la atomización, la división en
pequeños grupos. Pero todos me invitan a conversar. Y en esos diálogos siempre
son jóvenes los que participan. El interés mayor no está en la lucha de
resistencia, sino en el período anterior: cómo surgió el MIR, cómo se inició el
movimiento revolucionario, cómo se organizaba el trabajo político en el campo,
en las poblaciones, cómo era Allende, cómo era la situación revolucionaria
durante el período de gobierno de la Unidad Popular. Esas son sus inquietudes.
Rescatar la historia. Nosotros, en la década del sesenta, teníamos las mismas
inquietudes. Recuerdo que conocí a Miguel Enríquez en la casa de sus padres.
Éramos del mismo grupo, pertenecíamos a una facción revolucionaria, radical,
del Partido Socialista, pero yo vivía en Santiago y él en Concepción. Yo era
amigo de su hermano. Decidimos hacer un encuentro y fuimos a Concepción, nos
reunimos en la casa de sus padres. Yo llego y para mi sorpresa todos estaban
discutiendo sobre O'Higgins y Carreras, los dos padres de la Patria. Yo hacía poco
había estado en Cuba y venía con la idea de la Revolución socialista,
y me decía, ¿y estos, qué discuten de historia? Después me di cuenta de que
comenzaban a hacer un esfuerzo por construir su propia visión de la historia de
Chile, de las luchas populares, de lo que realmente había sido la lucha por la
independencia. Porque cuando tu quieres mirar al futuro y darte un horizonte de
esperanza, de lucha, de cambios, tienes que pararte en un lugar y tener una
referencia en el pasado. Necesitas construir una memoria descarnada, que
muestre realmente lo que fue el pasado. Hoy existe una juventud en Chile que
comienza a reconstruir el pasado, para hacerse, no me cabe dudas, un concepto
de cambio, unas expectativas de futuro.
E. U. G. ¿Cómo
recuerda a Miguel Enríquez?
Pascal Allende: Miguel
era un joven con una fuerza moral extraordinaria, muy guevarista. No era un
atleta, ni tenía cualidades especiales para la lucha, para el combate. Más bien
se lo imponía. Pero era un tipo brillante. Es una de las personas más
inteligentes que he conocido.
E. U. G. ¿Qué edad tenía al caer en combate?
Pascal Allende: 33
años. Tenía una formación muy vasta, muy amplia. Su padre venía de una familia
de raíz masónica, muy nacionalista, con un respeto por las ciencias, y con un
fuerte contenido ético en el andar cotidiano, en su desempeño en la vida. Eso
yo creo que lo heredó de su hermano mayor y de su padre. Yo creo que a él le
hubiese gustado ser un científico, pero las circunstancias de la vida lo
llevaron a dejar la medicina por la lucha revolucionaria. También era
guevarista en ese sentido. Se entregó por entero a esa causa. Y era obsesivo,
como son todos los grandes líderes y dirigentes revolucionarios. Cuando se
metía en una cosa, no la abandonaba y era incansable. Pero al mismo tiempo era
un hombre amante de la vida. Tenía mucho sentido del humor, cáustico a veces. Y
un compañerismo muy fuerte. El grupo fundador del MIR estableció lazos muy
fuertes de amistad, y eso permitía que nos planteáramos los retos más
aventurados. Miguel era una persona fuera de serie en muchas cosas, en otras
era muy humano. Y tenía un enorme carisma, que afirmaba su liderazgo dentro del
Movimiento, y mucho más allá del Movimiento. Se destacó desde muy joven, como
dijo Fidel cuando murió, como un constructor de revoluciones.
E. U. G. Hace poco estuve en Suecia y conocí a muchos
chilenos que se instalaron allí después del Golpe. Hubo quien regresó después y
se encontró que ciertos compañeros de ideales estaban participando de la
política institucional, con otras perspectivas más personales, que ya
aparentemente no existía espacio para los sueños que quedaron congelados en el
tiempo, y volvió desilusionado a Suecia. ¿Chile es un país sin futuro?
Pascal Allende: Yo
pienso que tiene futuro, pero comprendo lo que estos compañeros han vivido.
Cuando yo volví a Chile, durante el gobierno de Frei, recibí un impacto
desgarrador, y experimenté una amargura muy grande. Me di cuenta de que había
vivido mucho tiempo en la clandestinidad, y durante todo ese tiempo miraba la
realidad por el ojo de la cerradura. No me daba cuenta del cambio tan grande
que estaba produciéndose en Chile, en su cultura, en la forma cotidiana de encarar
la vida, en los valores de las personas. Cómo se había producido ese Chile que
te describía anteriormente, tan individualista, de tanta soledad, tan brutal
como una selva. Yo también recibí ese impacto inicial, al igual que muchos de
mis compañeros. Cuando volví y estuve más tiempo, fui descubriendo que no todo
era así. Existe una franja importante de la juventud que tiene una actitud
social y política, que no puede ver la política institucional, que siente el
más grande desprecio por los políticos del sistema. No es una juventud
inconsciente. Tiene otras visiones diferentes a las nuestras, repele a los
partidos organizados, busca formas organizativas más horizontales, participa de
colectivos pequeños. Viven una etapa de reconstitución del movimiento político
y social. No tengo dudas de que asistiremos --no sé cuando-- a una situación de
emergencia en Chile, y veremos resurgir un movimiento que abogará por el
cambio. Incluso te diría que será mucho más radical de lo que nosotros fuimos.
No me refiero a las formas de lucha, porque la radicalidad no está en las
armas, sino en la profundidad de los cambios que te propongas. Y el cambio que
exige la sociedad capitalista globalizada en la que vivimos no es sólo
político, es de civilización, de cultura, es la construcción de otra forma de
vida. Yo no estoy desesperanzado. Al contrario, tengo grandes expectativas.
Datos personales
Ensayista y periodista.
Es autor de los libros Ensayos de identidad (1993), De la historia, los mitos y
los hombres (1999), La utopía rearmada (2002), Venezuela rebelde (2006) y Cuba,
¿revolución o reforma? (2012), entre otros. Integró el equipo de redacción de la Historia de la literatura
cubana en tres tomos, que preparó el Instituto de Literatura y Lingüística.
Fundó y dirigió la revista Contracorriente (1995 - 2004) y la Videoteca Contracorriente
del ICAIC (2003 - 2007). Actualmente dirige La Calle del Medio, publicación de opinión y debate.
Recibió en 2002 la
Distinción por la Cultura Nacional y en el 2011 la Orden Félix Elmuza.