miércoles, 28 de diciembre de 2011

La Plaza de Punta de Rieles y el camino de los familiares











Difundirlo es sembrar Memoria.

Este 27 diciembre del 2011, volvimos casi todas a la zona de Punta de Rieles, esta vez como invitadas a la inauguración de la Plaza- Museo Memoria.
Gestionada desde sus inicios hace muchos años; por un grupo de vecinos y compañeras.
Este emprendimiento cultural, alejado de los centros neurálgicos de la ciudad logra destacar el avance que ha tenido esta zona de Montevideo.

Los habitantes de la zona vieron la transformación de aquel antiguo monasterio convertido en los años del golpe de estado; en penal de mujeres presas políticas. Y con ello, guardaron la memoria de aquellos años infames
Nos contaron que nos veían, que nos hacían señales de –"que acá estamos con ustedes"-
Que sufrían cuando nos sacaban vendadas, en los camiones militares, y que veían con angustia la larga marcha de nuestros familiares cargando pesados paquetes para dejarnos en la visitas.

Las autoridades de la IMM, el apoyo financiero de España y el trabajo de Bellas Artes dieron por inaugurada la plaza- museo con su cinta memorial desplegada en un colagge significativo, y simbólico a lo largo de toda la plaza.
En homenaje a nosotras: las expresas políticas, pero fundamentalmente a nuestros familiares.

Faltó de parte del gobierno y autoridades en toda esta recuperación del espacio; ceder el maldito penal que hoy sigue siendo cárcel para los presos comunes.
Por tanto no fue destinado a centro de Memoria, Centro de estudio para los jóvenes de la zona, como se había solicitado en reiteradas oportunidades.
Ese campo de concentración que duró algo más de un década, sigue en pie guardando tanto dolor y resistencia nuestra.

Antes de finalizar el acto, un grupo de compañeras nos planteamos hacer ese largo camino a pie… hacia el penal como nuestros queridos familiares lo tuvieron que hacer durante muchos años para poder visitarnos.
Esta vez iríamos acompañadas por nuestros hijas/os, o nietos en muchos casos.
Con más años arriba, con nuestros dolores propios de la edad, con nuestros recuerdos y ausencias.
Casi 2 kilómetros a paso lento, descubriendo los detalles del camino y la lejanía, hacia el penal.
Cruzar lo que antiguamente fue una cañada hoy con la modernidad devenida en puente.
El sol que iba cayendo lentamente, nos trajo los olores del atardecer detrás de las rejas.
Cuentos y anécdotas, algunas banales hacían que el trayecto fuera menos tortuoso.

Comenzamos a distinguir de lejos el edificio de ladrillos, esta vez desde el camino...antes desde las banderolas. Una acción que realizábamos a escondidas de la guardia militar femenina, siempre tan activa para sancionarnos.
Y desde esas banderolas los veíamos como hormiguitas en el camino, cargados, contentos de poder vernos, sufrientes, pero con esa resistencia digna que fue nuestro sostén.
Para todos nuestros padres, madres, -muchos de ellos ya ausentes- hermanos e hijos pequeños, que fueron maltratados y humillados por las bestias militares.
Un homenaje que llegó tarde… pero llegó al fin.

Llegamos al final del camino, allí seguía estando el viejo portón grande con sus alambres de púa, sus torretas y sus soldados.
por donde nos sacaban, a la tortura nuevamente, a recibir las sentencias o al siniestro hospital militar.
Ya casi en silencio decidimos hacer la fotografía de las que llegamos, como una forma de desandar el pasado.
Pero no todo no es libertad, el soldado nos impide estar allí y menos sacar una foto del lugar.
Como en viejos tiempos fuimos rápidas, como cuando nos daban el aviso de que venía la guardia militar y nos poníamos con cara de –yo no fui-
Clik y clik! La foto de nosotras –esta vez delegada mi tarea a mi sobrina Mariana.
Y por supuesto no reparamos en contestar: mire que nosotras estuvimos ante que ustedes allí, (eran de otra generación de soldados) pero nos es igual son soldados o…sí ya nos vamos.
Tarea cumplida nos regresamos.
El camino de regreso nos deparó otra sorpresa… al mirar para atrás…vemos unas columnas de humo… un incendio o vaya a saber qué… nosotras no fuimos!!! Dijimos a coro.
Y entre risas y recuerdos nos volvimos a nuestras vidas cotidianas para celebrar la vida

Por Verdad y Justicia.

martes, 27 de diciembre de 2011

Mirtha Guianze

Miembro de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos – FEDEFAM

Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desparecidos por el presente
comunicado hace pública su decisión unánime de promover - oportunamente y ante la
Comisión Especial creada a tales efectos en la órbita de la Asamblea General por la Ley
Nro. 18.446 -, la candidatura de la Dra. Mirtha Alcira Guianze Rodríguez como
miembro de la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo.
Es así que Familiares, en tanto asociación social que ha asumido desde la larga data la
lucha contra el flagelo de la desaparición forzada de personas en nuestro continente,
entiende que la Dra. Guianze reúne, tanto en su trayectoria personal como institucional,
todos y cada uno de los requisitos que el citado cuerpo legal demanda a aquellos
ciudadanos que aspiren integrar la referida institución nacional.
En efecto, resulta insoslayable destacar que la misma ha asumido a cabalidad y durante
toda la extensión que su trayectoria profesional conlleva, las responsabilidades
inherentes a su función pública en tanto integrante del Ministerio Público y Fiscal de
nuestro país, asumiendo la voz de quienes han sido víctimas silenciadas por el
terrorismo de estado ante los estrados judiciales y combatiendo la mentada “cultura”
de la impunidad que se pretendiera imponer, rol que dignifica la función que le es
propia a la institución que representa en el marco de una sociedad democrática y
garantista y que, por demás, contribuye a la construcción de nuestra memoria colectiva.
Por cuanto, su participación en una institución pública que asumirá la defensa,
promoción y protección de los derechos humanos reconocidos por nuestra
Constitución Nacional y por el Derecho Internacional, resulta incuestionable en tanto
asegura una actitud irreductible e independiente en la defensa integral de todos y cada
uno de los derechos esenciales.

Nicaragua 1332 Apto. 205- 11800 Montevideo – Uruguay.
Tel. (598 ) 2929-1625
E-mail: famidesa@adinet.com.uy – Web: www.desaparecidos.org.uy

Memoria en Punta de Rieles

Obreros ultimando detalles de la plaza Museo y Memoria en Punta de Rieles. Foto: Nicolás Celaya
Hasta aquí llegó
Inauguración de plaza en Punta de Rieles en honor a mujeres presas políticas.

En Camino Maldonado y Aries, ahí donde hubo una parada de ómnibus y trolebús a la que llegaban los familiares de las presas políticas privadas de su libertad en el penal de Punta de Rieles, se inaugurará hoy la plaza Museo y Memoria de Punta de Rieles, creada por el Espacio Memorias para la Paz.

El penal
El ex penal de Punta de Rieles, Establecimiento Militar de Reclusión Nº 2, fue desde enero de 1973 lugar de reclusión de mujeres presas políticas. El edificio, construido por los jesuitas como Noviciado de la Compañía de Jesús, fue vendido al Estado para transformarlo en Cárcel Modelo. La dictadura cívico-militar lo convirtió en un modelo, pero de represión y encierro de cientos de mujeres que, por luchar por una sociedad más justa, fueron torturadas y encarceladas. (Fragmento de carta presentada por Espacio Memorias para la Paz a la Comisión de Derechos Humanos de Diputados en agosto de 2005).

“Esto es un homenaje a nuestros familiares que jamás nos dejaron solas”, dice Carmen mientras señala el camino de dos kilómetros que hacían sus seres queridos desde la parada del trolebús hasta la cárcel de Punta de Rieles. Carmen Pereira fue una de las presas políticas que pasaron por esa prisión durante la última dictadura uruguaya (1973-1985). Años después de recuperar su libertad, varias de ellas se reunieron y armaron diferentes talleres, uno de ellos fue el Taller Vivencias, donde reconstruían sus memorias durante el cautiverio y planificaban un futuro “Museo de memoria y vida”.

En 2002, algunos vecinos y vecinas de Punta de Rieles se comunicaron con las ex presas con la intención de recuperar la identidad del barrio, sumida bajo la presencia del Establecimiento Militar de Reclusión Nº 2 (EMR2), donde funcionó el penal para mujeres desde enero de 1973 hasta el 4 de marzo de 1985, cuando las últimas fueron trasladadas a la Jefatura de Policía de Montevideo.

Cuenta Carmen que en esas primeras reuniones con los vecinos muchos jóvenes recordaban haberlas visto o escuchado cuando eran niños. Son las marcas del terrorismo de Estado, que permanecen hasta hoy. Un barrio silenciado, signado por el temor, testigo de torturas y desapariciones.

De las charlas e intercambio de recuerdos se pasó a talleres de trabajo, ideas y proyectos. La Comisión de la Mujer del Centro Comunal Zonal 9 (CCZ 9) les propuso homenajearlas como ex presas políticas poniendo el nombre de una de ellas en alguna calle del barrio. Se negaron; para homenaje, mejor construir algo que represente la resistencia colectiva.

Entre vecinos del Covitrema (cooperativa de viviendas más cercana al penal), familiares y ex presas aunaron sus recuerdos de esos años dolorosos pero llenos de resistencia y los publicaron en el libro Memorias de Punta de Rieles en tiempos del Penal de Mujeres.

Era el primer trabajo del grupo que se autodenominó Espacio Memorias para la Paz, que se dedicó a pensar y planificar cómo recuperar también el espacio público del barrio y del ex penal: una plaza y un museo.

La plaza Museo y Memoria tuvo sus primeros esbozos en 2007 y recién a fines de este año quedará inaugurada, tras buscar el interés gubernamental a nivel departamental y nacional -que tuvo baja repercusión-, gracias a la financiación de la Diputació de Barcelona (Cataluña-España), mediante la que pudieron comprar los materiales para la construcción. El proyecto, diseñado conjuntamente entre las ex presas, sus familiares y los vecinos, fue presentado en el barrio el 7 de mayo, entre coros de adultos mayores y jóvenes cantantes y bailarines, para que todos pudieran saber qué eran esas medias sombras en la plaza y por qué había albañiles armando algo frente al teatro Punta de Rieles, en Camino Maldonado y Aries.

La mensajera
Cuando se realizó el lanzamiento de la plaza Museo y Memoria de Punta de Rieles, la lectura del documento central estuvo a cargo de Katerine Correa, una adolescente de 13 años, que conoce a las ex presas políticas desde 2009 cuando cursaba sexto de Primaria en la Escuela 179 y realizó una investigación sobre la identidad del barrio con un grupo de compañeros. Entre encuestas y entrevistas a vecinos, los jóvenes se acercaron al predio del penal para interpelar incluso al personal militar que allí se encontraba.
“Siempre me gustó investigar”, afirmó Katerine. “Corría la propuesta de hacer una escuela en el penal y con mis compañeros salimos a hacer encuestas para preguntar a los vecinos y vecinas si estaban de acuerdo con que allí se hiciera una cárcel o una escuela. Nadie estuvo de acuerdo con que volviera a funcionar una cárcel allí”, recuerda.
Al investigar qué cuestiones identifican al barrio, la mayoría de los entrevistados se refería al penal. El equipo escolar ahondó en los hechos ocurridos en Punta de Rieles y “me puse en el lugar de ellas”, cuenta Correa. “Charlábamos con mis amigas sobre lo que habían pasado esas mujeres, y cuando tuvimos que presentar el trabajo en clase, la maestra nos sugirió invitar a nuestros familiares y a las mujeres que habían estado presas. En ese momento las conocí”, rememora.
Desde entonces sigue el vínculo con los trabajos del Espacio Memorias para la Paz, mientras continúa anhelando que el ex penal sea una escuela y planea estudiar arquitectura, conjugando sus pasiones: dibujo y matemática.
Entre los objetivos del documento que leyó Katerine, despertó aplausos el siguiente fragmento: “Recuperar la memoria es también una forma de promover una cultura de paz y educar a las nuevas y viejas generaciones en el respeto de los derechos humanos. ¿Será posible devolverle al barrio su identidad perdida?”.

“En esa esquina paraba el trolley 4 y queremos homenajear a nuestros familiares que paraban y caminaban bajo la lluvia, en el barro, para visitarnos mientras estábamos privadas de la libertad”, afirma Carmen. “La plaza tendrá una cinta en el suelo con pensamientos y fragmentos de cartas que nos enviaban nuestras familias. Habrá asientos y paneles para que se puedan exhibir exposiciones artísticas, así como una rampa para espectáculos”, explicó e indicó que todavía no está claro quién estará a cargo de hacer llamados a exposiciones y de gestionar las actividades.

“Queremos que el barrio sienta esta plaza como suya, que los vecinos se apropien del lugar y sugieran cosas para hacer allí”, dice con entusiasmo, aunque recuerda que el proyecto que se está ejecutando no está completo, dado que el original incluía una señalización del camino que hacían las familias hacia el ex penal y se pensaba usar las instalaciones para crear un museo y centro cultural, además de una escuela de oficios para los jóvenes.

Recién en junio de 2010 algunas presas pudieron ingresar a Punta de Rieles, luego de que -tras años de pedir permiso para recorrer el lugar- se enteraron de que un investigador chileno iba a poder entrar. Ante esta contradicción de permisos, pudieron pasar después de 25 años de haber salido y de haber hecho pedidos expresos a la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados y de haber hecho distintas gestiones de los ministerios de Defensa y del Interior para poder acceder al predio.

Ya en diciembre del mismo año, los planes de las ex presas de resignificar ese espacio de encierro como un lugar donde trabajar la memoria, para que no se repitan hechos trágicos, y armar un espacio de creatividad y oficios, quedaba trunco: el Ministerio del Interior decidía que volviera a funcionar como un establecimiento penitenciario, ante la emergencia carcelaria que atraviesa Uruguay.

“La memoria tiene sitios simbólicos concretos donde se expresa. Éste es uno de ellos y el único que representa la lucha de las mujeres por justicia social y las de sus familiares y vecinos resistiendo la dictadura cívico-militar”, destacaba una carta enviada por el Espacio Memorias para la Paz al presidente Tabaré Vázquez, en abril de 2009.

Durante el lanzamiento de la obra, en mayo de este año, Anahit Aharonian, ex presa política, enfatizaba: “Los gobiernos nacionales nos negaron el predio del ex penal desde 2002. Por eso queremos destacar la excepcionalidad que tuvo con nuestro proyecto el ex intendente montevideano Ricardo Ehrlich (2005-2010), quien durante su gestión nos cedió el sitio donde ahora construimos este espacio”.

"Si bien la Diputació no suele apoyar propuestas de rescate de memoria, ésta les pareció muy importante", señaló respecto del anteproyecto -elaborado por la arquitecta Gabriela Duarte con los aportes de los vecinos- que pretendía "expresar, desde el punto de vista de la memoria histórica, la funcionalidad de espacios clave durante la dictadura".

“Estamos invitando a todas y todos a participar porque éste no es sólo un proyecto barrial, sino que tiene alcance nacional. En esa dimensión queremos construir justicia, derechos y cultura”, expresó Aharonian en la víspera de la inauguración.

Sabor amargo
Ante la consolidación de la plaza hay algunos sentimientos encontrados: poder finalmente inaugurar este sitio de memoria, aunque incompleto (no se logró la señalización del camino hacia el penal y el EMR2 volvió a funcionar como presidio); tener una reconstrucción acotada de la memoria: se hicieron talleres vivenciales y se recogieron testimonios, pero no se ha podido acceder a los archivos del Penal -que permitirían, entre otras cosas, saber cuántas personas pasaron por Punta de Rieles- a pesar de haber solicitado la apertura de los archivos en distintas instancias políticas; por ejemplo, ante la Comisión de Defensa Nacional del Senado en agosto de 2005.

Uno de los factores que más han preocupado al Espacio Memorias para la Paz es que, tras la aprobación del proyecto por la Diputació de Barcelona y la consecuente suma de dinero que otorgó para construir la plaza (230.000 euros de los 336.000 que costaba la remodelación de la zona), desde la Intendencia de Montevideo se dilataron los tiempos a tal punto que peligró la ejecución total de la obra, porque se vencían los plazos para usar el dinero ganado en el proyecto. Esto se sumó a la desmotivación por parte de distintos integrantes del Espacio Memorias para la Paz al ver que no se ejecutaba la obra en tiempo y forma, y los esfuerzos para recuperar el interés en la zona.

Las expectativas están instaladas en poder generar un polo cultural en el barrio y lograr mejorar las condiciones socioeconómicas de sus habitantes, considerando la potencialidad de la zona por la posición estratégica donde está ubicada, dentro del área rural de la cuenca del arroyo Carrasco. Azul Corbo

lunes, 26 de diciembre de 2011

Muro de la Memoria.
Estimada Martha:

Hola !

Lindo tu trabajo !!!!!
Felicitaciones,

Jair Krischke
Movimento de Justiça e Direitos Humanos

Roger Rodríguez

PUBLICADO EN CARAS&CARETAS EL VIERNES 23 DE DICIEMBRE DE 2011

CON DANIEL REY PIUMA, AUTOR DEL INFORME SOBRE LOS VUELOS DE LA MUERTE

El fotógrafo de la muerte

Las 130 descarnadas fotografías sobre 'vuelos de la muerte' y los documentos de inteligencia de Uruguay que le entregó días atrás la Corte Interamericana de Derechos Humanos al juez federal argentino Jorge Torres no fueron obra del azar. El material 'encontrado' por el secretario de la Corte, Santiago Cantón, existe porque hace 34 años el marino Daniel Rey Piuma desertó y denunció al mundo la verdad sobre los cuerpos que 'aparecían' a lo largo de la costa uruguaya.

ROGER RODRÍGUEZ
rogerrodrigue@adinet.com.uy

Daniel Rey Piuma sigue aún hoy exiliado en Holanda. Sólo siete veces ha vuelto al país desde aquel octubre de 1980 en el que, con cientos de negativos cosidos a su ropa, cruzó la frontera hacia Brasil y dejó atrás una madre, una familia y una vida. Publicó su testimonio en el libro Un marino acusa, con el que conmovió a las organizaciones internacionales de derechos humanos con su documentada denuncia sobre lo que ocurría en el Río de la Plata.
En 2007 viajó a Montevideo para declarar ante el juez Luis Charles y la fiscal Mirtha Guianze en la causa de los ‘terceros traslados’, que implicó el encarcelamiento del dictador Gregorio Álvarez y del capitán de navío Juan Carlos Larcebeau, y la fuga de Jorge Troccoli. En su testimonio judicial explicó la sistematización de la tortura en la Armada y señaló con nombre y apellido a los principales torturadores, quienes en mayoría aún no han sido juzgados.
Rey Piuma había trabajado entre 1977 y 1980 en la Dirección de Inteligencia de la Prefectura Nacional Naval (Dipre) y fue acumulando documentos y pruebas sobre la verdad de aquellos cuerpos que el mar devolvía y que las autoridades de la dictadura uruguaya presentaban como de personas de origen asiático que habrían protagonizado algún motín en pesqueros de ultramar… Un motín que duró años.
En su denuncia, Rey Piuma acusa a los oficiales navales Eduardo Craigdallie, Ernesto Serrón, Álvaro Diez Olazábal, Nelson Sánchez, Jorge Fernández, Daniel Maiorano, Víctor da Silva, Aníbal del Río, Carlos Gamarra, Uruguay Sánchez, Juan Carlos Fernández y Jesús de Armas, además de personal subalterno. Todos ellos podrían verse implicados próximamente en una causa judicial por torturas que presentarían sus víctimas.
La denuncia también fue en parte recogida en los informes oficiales elaborados por el historiador Álvaro Rico en sus investigaciones sobre desaparecidos y sobre el terrorismo de Estado. En ambos trabajos se incluyen especificaciones sobre los cuerpos enterrados como 'NN' en cementerios de la costa de Río de la Plata. Algunos de esos cuerpos fueron finalmente entregados a Argentina para su identificación forense.

EN CONTACTO CON HOLANDA
La voz de Rey Piuma se oye angustiada. Habíamos intercambiado mensajes por internet y aceptó hacer público lo que sintió cuando los medios de comunicación internacionales mostraron las imágenes de la documentación que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) le entregó al juez Torres en Buenos Aires. Un poco de bronca por el desconocimiento del origen de ese material, más enojo por el tiempo en que se tardó cuando todo está archivado en Uruguay… y un poco de esperanza de que lo sufrido durante tantos años haya finalmente servido.

¿Cuánto hace que esperabas este momento?
Estoy en esto desde hace rato... Desde setiembre de 1977 sustrayendo y copiando documentos, registrando las torturas y a los torturadores, llevando una doble vida veinticuatro horas por día. En octubre de 1980 escapé del país. En Brasil estuve tres meses escapando de los servicios argentinos, brasileños y uruguayos. Llegué a Holanda el 22 de diciembre de 1980, invitado entonces por la corona holandesa.

¿Es de entonces tu denuncia ante la OEA de la que surgieron ahora las fotos que se entregaron a la justicia argentina?
En enero de 1981 me compré la primera máquina de escribir y empecé a redactar mi informe en un pueblo llamado Berg aan Zee, en el norte de Holanda. A partir de marzo de ese año trabajé con Amnistía Internacional, en la central de Londres, y con el Colarch en Bruselas. Mediante increíbles y complicadísimos tejes y manejes, presenté finalmente mi informe en noviembre de 1982 ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA.

“PENSÉ QUE HABRÍA JUSTICIA”
Tu denuncia ya había provocado un impacto internacional entonces...
Antes de ese momento ya trabajaba también con el Sijau, la Liga de Juristas demócratas, el Iepala y otras… En aquel momento, el presidente de la CIDH dijo en el Pleno de la Comisión que mi reporte era la documentación más completa y minuciosa que alguna vez habían recibido. Pero al final de la sesión, en una rueda de prensa, aparecieron matones blandiendo armas y amenazándome de muerte...

Desde entonces has permanecido cuidándote las espaldas, casi como un prófugo…, incluso padeciendo enfermedades.
Pensé, incauto de mí, que al terminar la dictadura la maquinaria de la justicia se comenzaría a mover. En 1987, por intermedio de Raúl Sendic se publicó 'mi libro'. Nunca tuve otra intención en mi accionar que la de que se investigaran las torturas en la marina uruguaya y el origen de los cuerpos encontrados en las costas de nuestro país. Luego de una carrera profesional llena de sucesos –fui art-director en el estudio gráfico más grande de Ámsterdam y docente en la Facultad de Utrecht–, tuve que comenzar una terapia con diferentes psicólogos, que me han diagnosticado un PTSS [Post Traumatic Stress Sindrome]. Hasta ahora...

Tus regresos a Uruguay también han sido casi clandestinos.
En 34 años he viajado sólo siete veces a Uruguay, tres veces a través de otros países, y cada vez que estoy en mi país tengo que estar armado. Los compas siempre se han portado bien haciendo mi seguridad e incluso, en ocasión de una invitación que me cursó la llamada Comisión para la Paz, el entonces presidente Jorge Batlle dispuso que me fueran a recoger y a llevar al aeropuerto de Carrasco dos coroneles de la aviación, en tanto que ponía a mi disposición un coche escolta con guarda para trasladarme cada vez a la vieja casa presidencial.

“QUE TODAVÍA ES POSIBLE”
Hace unos años viajaste y testificaste ante la justicia uruguaya en la causa por la que está preso el Goyo Álvarez, ahora tu informe ante la CIDH llega finalmente a manos de la justicia argentina. ¿No eran ésos los objetivos?
Todo lo que ocurre en este momento me aturde un poco. Me da un poco de esperanza y, al mismo tiempo, me ciega de impotencia y de ira. Ninguna de las lágrimas que derramó mi madre tres días antes de mi partida, besándome los pies para que no partiera al exilio, vale la pena ante tanta desidia e indiferencia de aquellos que, conociendo estos documentos desde hace tanto, nunca hicieron nada con ellos. Lo he hecho por nuestros compañeros, por mi tío desaparecido, Carlos Arévalo, y también, ¿por qué no?, por mi propia madre.

¿Qué esperás que ocurra ahora?
Espero que los compañeros asesinados encuentren paz y sus familias también, si luego los pueden llegan a identificar. Espero que no me visiten con tanta frecuencia algunas noches en el cuarto de huéspedes donde me refugio cuando estoy fatigado de cargar tanta mochila y procuro descansar. Espero que luego de haberlos abrazado y cuidado durante tantos años –como un padre a sus hijos, como un hermano mayor a sus hermanos, como una madre celosa y rabiosa– los pueda dejar partir. Espero que también ellos me suelten para que pueda, por primera vez en mi vida, bailar. Nunca lo he hecho porque ellos no lo pudieron hacer nunca más. Espero poder creer que el hombre, el ser humano, es capaz de impartir justicia. Espero que podamos enseñarles, luego, a los niños que la justicia es posible si todos queremos. Que es posible... Espero que en los últimos cinco segundos de mi vida –si estoy consciente–, antes de mi muerte, crea, esté convencido de que todo lo vivido y todo lo perdido por esta causa valió la pena.


Un infiltrado en la marina
Daniel Rey Piuma era un estudiante que había terminado preparatorios de Agronomía. Tenía 19 años y necesitaba trabajar. Había militado en 1973 en el Frente Estudiantil Revolucionario (FER) del Liceo Rodó, que funcionaba en Colonia y Río Branco. También había actuado en grupos religiosos, con el padre Lezama y la parroquia San Francisco, de la Ciudad Vieja. Allí conoció a alguien que le dijo que en el puerto había vacantes. No imaginaba que eso cambiaría radicalmente su vida.
Quiso presentarse para un cargo administrativo en la ANP (Administración Nacional de Puertos), pero en el viejo edificio de Aduanas llenó un formulario de la Prefectura Nacional Naval (PNN). Con su formación lo aceptaron de inmediato y lo citaron en la subprefectura de Trouville, donde terminó recibiendo instrucción militar por un mes y medio (“A mí me parecía raro, pero como era el puerto y recordaba la militarización de los bancarios, pensé que debía de ser así, que para trabajar como administrativo del puerto había que hacer la instrucción militar”, explicó alguna vez).
Cuando comprendió dónde se había metido, asumió su condición de “infiltrado”. Trabajó como fotógrafo en el Departamento Técnico de la Dipre, aprendió sobre peritaje criminal, detección de drogas, cerraduras y falsificación de documentos. A los cinco días de entrar, ya había “robado” los códigos de transmisiones radiales, que filtró a sus “compañeros” de la “orga”, a gente del entorno de Blanca Nilo de Artigas o con los que se reunía clandestinamente para entregar información militar que en más de una ocasión permitió advertir sobre operaciones represivas contra el Partido Comunista Revolucionario, el Partido por la Victoria del Pueblo o los Grupos de Acción Unificadora, entre otros.
Desde el primer día de su ingreso a la Armada, en setiembre de 1977, comprendió que aquellos 'chinos' que habían aparecido en la costa uruguaya tenían otro origen. Comenzó entonces a estudiar el material del archivo de la Dipre y a hacer copias que fue acumulando hasta que decidió su fuga, en octubre de 1980. Dos años después, elaboró su informe ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que se incorporó a las carpetas de la misión que la CIDH había hecho sobre Argentina en 1979. Allí permaneció todo archivado hasta ahora que el material fue entregado a la justicia argentina.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Difundirlo es sembrar Memoria.

Gracias a todas/os los que visitan este sitio de la memoria en lucha.

La fotografía es una extensión de mi compromiso social. Con mi cámara, logro capturar un momento donde se pone en juego mi batalla interna: entre la acción o contemplar.
Solo el disparo me retorna a mi compromiso y hace que las tomas se conviertan en documento de memoria, y de significado documental.
La llamada jungla de cemento, es mi trinchera preferida.
Con cada imagen descubro las almas de mis protagonistas; algunos de ellos posan
gozosos, y a otros los sorprendo con ráfagas inadvertidas que registran su accionar cotidiano.
Imágenes de mi autoría, ya convertidas en blanco y negro que pertenecen al acervo de la memoria en lucha, de ese pasado reciente, que aún no termina de –pasar-.
Ellas quedan incrustadas en resistencia, interpelando el presente y el futuro inmediato.
Quedan a la espera de ser vistas por otros ojos generacionales.
Martha Helena Passeggi
Reportera-gráfica año 2011.

Alerta el asesino del maestro Julio Castro a punto de fugarse!!

Indagado por caso Julio Castro se mudó a la frontera con Brasil Ex agente de inteligencia Juan Ricardo Zabala, responsable del secuestro, dejó su casa en Aguada y se instaló en La Coronilla. Fiscal cree que se fugará del país
El ex oficial de inteligencia Juan Ricardo Zabala, involucrado en la muerte del maestro Julio Castro en 1977, abandonó su casa en Aguada y se instaló en La Coronilla, balneario cercano a la frontera con Brasil.La fiscalía dirigida por Mirtha Guianze cree que Zabala, quien encabezó el operativo de secuestro de Castro, está preparando su fuga del país justo en momentos en que la causa comienza a reactivarse, informó hoy el semanario Brecha.Zabala había sufrido dos semanas atrás un escrache en su vivienda en el Complejo Carve de La Aguada.El ministerio público pidió el encarcelamiento del policía, pero hoy comienza la feria judicial, por lo que hasta febrero no habrá decisión al respecto por parte del juez Juan Fernández Lecchini. El indagado era oficial de enlace del Departamento III del Servicio de Inteligencia de Defensa (SID), bajo las órdenes de José Nino Gavazzo.Según el testimonio de otro oficial, Julio César Barboza, Zabala estaba a cargo del operativo que secuestró a Julio Castro en Rivera y Llambí en la mañana del 1° de agosto de 1977.Los restos del militante aparecieron semanas atrás en un terreno lindero al Batallón 14. El trabajo forense muestra que Castro fue ejecutado de un disparo en el cráneo, y no por consecuencia de las torturas como se creía. De algún modo esta evidencia dejó al descubierto el falso testimonio de varios militares involucrados en delitos cometidos durante la dictadura.Por el caso también está siendo indagado Regino Burgueño., comandante de la unidad militar en 1977.Zabala fue la persona que le ordenó a Barboza la participación en el secuestro. Él tenía 19 años en el momento de la desaparición y según dijo se retiró de la policía quince días después del hecho. En 1985 denunció a Zabala por el caso Julio Castro en el marco de la Operación Pecera.El propio policía reconoció haberlo llevado a la casona de Millán y Loreto Gomensoro, uno de los locales utilizados para interrogatorios.Inteligencia de la dictadura investigaba en ese entonces al capitán Oscar Lebel, de quien sospechaban que era agente de la agencia rusa KGB.En la mañana del secuestro, Castro había visitado al marino. Una investigación del periodista Samuel Blixen señaló que el docente fue asesinado por su participación como salvoconducto para salir del país por parte de perseguidos políticos. Según estos datos, resultaban fundamentales sus muy buenos contactos en la Embajada de México.Gavazzo, preso por otras causas de derechos humanos, acreditó méritos militares gracias a su trabajo de coordinación en el caso, según el expediente judicial.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Nota de Roger Rodríguez

LA CASONA DE PUNTA GORDA: LOS FUSILADOS DE SOCA, LA OPERACIÓN MORGAN Y LOS VUELOS DE ORLETTI



La casa del Infierno



Tras ser requisado por la dictadura, un inmueble ubicado en la rambla de Punta Gorda se transformó en centro de torturas. Allí estuvieron los tupamaros secuestrados en Buenos Aires y que hace 37 años fueron fusilados en Soca; también pasaron los comunistas desaparecidos, víctimas de la Operación Morgan, cuyos sobrevivientes testifican hoy ante los juzgados de la calle Misiones. Tras sus paredes estuvieron los militantes del Partido por la Victoria del Pueblo secuestrados en Orletti. Sin caducidades ni prescripciones, la justicia comienza a revelar las pesadillas sufridas en la llamada ‘curva del ensueño’.



ROGER RODRÍGUEZ

rogerrodriguez@adinet.com.uy



La amplia casona de dos plantas está ubicada en la rambla República de México al cinco mil, casi frente a la playa de los Ingleses, a una cuadra de donde la rambla O’Higgins se transforma en Coimbra para cortar la península de Punta Gorda. Es un predio de 608 m2, padrón Nº 95.308, carpeta catastral Nº 3.107, con salida de coches a la calle Mar Ártico, donde un alto muro da hoy intimidad al remodelado patio con barbacoa y piscina en forma de riñón.

A principios de los años setenta, el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN-T) adquirió aquella enorme construcción ubicada en un lugar donde nadie sospecharía de sus actividades. A su lado estaba el hotel Oceanía, en cuya planta baja funcionaba Chez Carlos, un boliche donde actuaban los principales artistas locales e internacionales de entonces. La publicidad radial de aquella ‘boite’ seducía con la frase “en la curva del ensueño”.

En mayo de 1974, en un violento operativo militar, la casa fue tomada por las Fuerzas Conjuntas. Después de que el dictador Juan María Bordaberry ordenó su expropiación, el inmueble se transformó en un centro clandestino de detención llamado 300 Carlos o Infierno Chico. Allí fueron torturados, muertos y desaparecidos militantes de diversos grupos políticos, hasta que en 1983 el Ministerio de Defensa Nacional vendió el inmueble en licitación pública.

Hoy propiedad de los dueños de un conocido frigorífico de chacinados, la casona de Punta Gorda comienza a revelar sus secretos ante los juzgados penales, donde ya han hecho juicio los sobrevivientes de Orletti, ha presentado testimonio el único sobreviviente de los fusilados de Soca y, en las últimas semanas, han comenzado a declarar las víctimas de la Operación Morgan, ejecutada en 1975 como un acto de “piratería” contra el aparato financiero del Partido Comunista.



LOS MÁS BUSCADOS

Investigadores e historiadores discrepan respecto del origen del nombre del centro de torturas. Para unos la denominación surgió de un operativo al que se llamó “300 Carlos Marx” y que en 1975 pretendía encarcelar a tres centenares de dirigentes y cuadros intermedios del Partido Comunista del Uruguay, pero otros consideran que hace alusión al “Carlos” del nombre del vecino local nocturno y la ‘R’ era por la Rambla, ya que el centro de torturas comenzó a funcionar a mediados de 1974 contra el propio MLN-T.

Cuando esta casona cayó en manos de las Fuerzas Conjuntas, el Servicio de Información y Defensa (SID) y el Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas (OCOA) habían terminado de implementar la represión contra los uruguayos opositores que se habían radicado en el Chile del derrocado Salvador Allende, y comenzaban a operar contra los ‘tupas’ que se trasladaron a Argentina.

Un documento fechado el 20 de noviembre de 1973 en Buenos Aires (un mes después de la asunción de Juan Domingo Perón) revela que el Servicio de Inteligencia de la Policía de Buenos Aires (Sipba) informaba a la dictadura uruguaya que el dirigente tupamaro Natalio Dergan se había asilado en la embajada argentina de Santiago de Chile y había solicitado salvoconducto para radicarse en ese país. Un año después sería desaparecido en la capital porteña.

Para los represores uruguayos, las ‘operaciones’ en Chile alentaban la acción en el nuevo escenario de Argentina. El tupamaro Antonio Viana Acosta sería secuestrado y trasladado ilegalmente a Montevideo en febrero de 1974. Natalio Dergan y Washington Barrios pasaron a ser los más buscados. La esposa de Barrios, Silvia Reyes, junto a sus amigas Diana Maidanik y Laura Raggio, fueron asesinadas en abril de aquel año, un mes antes de que cayera la casa de Punta Gorda en manos de la OCOA.



FUSILADOS EN SOCA

El OCOA de la Región I del Ejército, con jurisdicción en Montevideo y Canelones, centraba sus operaciones en el Batallón de Artillería Nº 1 del cuartel de La Paloma, en el Cerro, y tenía su ‘chupadero’ en la llamada “cárcel del pueblo” ubicada en la finca de la calle Juan Paullier 1190, que habían expropiado al propio MLN-T en mayo de 1972. La casona de Punta Gorda se transformaba entonces en un nuevo centro represivo, donde se coordinarían las operaciones con los ‘inteligentes’ del SID.

El 8 de noviembre de 1974, siete uruguayos fueron secuestrados en Buenos Aires. La familia de Floreal García y Mirtha Hernández con su hijo Amaral (de tres años), el matrimonio de Daniel Brum y María de los Ángeles Corbo, embarazada, Graciela Estefanel y Julio Abreu, quien no era militante político y terminó siendo testigo de la detención, la tortura en Argentina, el traslado en avión (“vuelo cero”), la reclusión en la casa de la rambla y la muerte de los otros cinco, fusilados cerca de la localidad de Soca aquel 20 de diciembre. El niño Amaral estuvo once años desaparecido. Abreu convivió 30 años con su silencio, hasta que salió públicamente a decir lo que bajo amenazas había callado.

Precisamente, mañana se realizará un acto recordatorio en el lugar donde fueron ejecutados, sobre la ruta 70 casi ruta 9 (km 75), hacia donde partirán vehículos desde la sede de Crysol (Joaquín Requena 1533). Los familiares aún recuerdan que sus cuerpos fueron arrojados detrás del cementerio de Soca, tapados con diarios, desnudos, con marcas de quemaduras en pies y manos, atados con alambres, acribillados y rematados con tiros en la cabeza. Pretendieron certificar las muertes por ‘causas naturales’ y las familias lograron que se pusiera en los documentos ‘heridas de bala’.

Abreu no dudó al identificar la casa de Punta Gorda y dijo: “Fue una noche. Sentíamos un ruido de armas, como que encasquillaban, trac trac, un ruido fuerte. Entraron y dijeron: ‘¡Levántense, tupamaros!’. Nosotros estábamos cubiertos con ponchos verdes del Ejército. Cuando yo me levanto, me dicen ‘¡Dije 'tupamaros', no 'tarados'!’... A ellos se los llevan y al otro día, de mañana, siento que sube el de la voz más fuerte, el que mandaba. Una voz dura, imperativa, enérgica... Dice: ‘Bueno, ya los matamos, están todos muertos estos comunistas’".


OPERACIÓN MORGAN

Los comunistas pasaron a ser las siguientes víctimas de la Casa de Punta Gorda. En octubre de 1975 se implementó la Operación Morgan, que abarcó a la dirección nacional del PCU, al área sindical y a la Unión de Juventudes Comunistas. La casa de la rambla habría estado a cargo del entonces capitán de navío Juan Carlos Volpe (Jeta), que ocupó una subdirección en el SID.

La represión contra el PCU fue inicialmente encargada a la policial Dirección Nacional de Información e Inteligencia (DNII), pero a fines de 1975 se le sumaron el OCOA y el SID. Es a partir de entonces que el edificio de la rambla vuelve a ser ocupado, al punto que la cantidad de detenidos obligó a pedir un galpón sin uso en la ‘pera’ del Servicio de Material y Armamento, a los fondos del Batallón 13 de Infantería de la avenida de las Instrucciones, donde quedó instalado el 300 Carlos (a secas), ‘Infierno Grande’ o ‘la fábrica’.

En el marco de esa primera 'oleada' represiva (1975-1976) desaparecen Eduardo Bleier, Juan Manuel Brieba, Fernando Miranda, Carlos Arévalo Arispe, Julio Correa, Otermín Montes de Oca, Horacio Gelós Bonilla, Ubagesner Chaves Sosa, Julio Escudero Mattos, y fallecen como consecuencia de las torturas Carlos Curruchaga, Álvaro Balbi, Carlos María Argenta, Julián Basilicio López, Ivo Fernández Nieves, Óscar Olivera Rossano, Nuble Donato Yic, Humberto Pascaretta, Silvina Saldaña, Dante Porta y Saúl Facio Soto.
La represión contra el PCU continuó en otras ‘olas’ que se concretaron entre mayo y setiembre de 1977, de febrero a marzo de 1979 y entre fines de 1981 y mediados de 1983, como extensiones de la original Operación Morgan. En todo ese período, el PCU registra 23 desapariciones forzadas, 16 muertes en la tortura, un asesinato en el exterior, seis muertes en prisión y miles de detenidos, torturados, procesados y encarcelados.

VUELOS DE ORLETTI
A mediados de 1976, la casa de Punta Gorda volvió a ser el principal centro de operaciones represivas, con la llegada desde Buenos Aires del primer vuelo de Orletti, un grupo de militantes del Partido por la Victoria del Pueblo (PVP) que había sido secuestrado y torturado en el pozo Automotores Orletti antes de ser trasladado en un avión del Transporte Aéreo Militar Uruguayo (TAMU) que piloteó el ex comandante de la aviación Ricardo Bonelli. Allí negociaron su ‘blanqueo’, traslado a la sede del SID y posterior encarcelamiento.
En uno de sus testimonios, Pilar Nores, detenida que terminó colaborando con los militares y tenía mayores posibilidades de movilidad en el recinto, describe la casa de la rambla en detalle. “Llegué a esa casa de noche, en invierno, en el mes de julio de 1976. Estaba vacía, excepto por la guardia. En la casa estuve alrededor de 20 días. No sé cuándo se produjo el traslado pero sé que el 4 de agosto (es el día de mi cumpleaños) todavía estaba en la rambla. Cuando llegué no había, según pude darme cuenta, ningún otro detenido. Había una guardia de pocas personas (no sé si tres o cuatro) y yo”.
“Una noche llegó la gente que traían de Buenos Aires. La mayor parte de estas personas eran los que habían caído en los operativos del 13 y 14 de julio. Del silencio y el vacío se pasó a la casa llena de gente, llena de gritos, llena de tortura y radios a máximo volumen. Tengo un recuerdo de caos y de encierro, porque yo pasé a estar encerrada en la pieza; me avisaban cuándo podía salir y me indicaban el camino exacto para ir al baño y alguna vez a la cocina; la mayor parte del tiempo no podía salir de la pieza”.

Los 23 sobrevivientes de aquel primer vuelo confirman las torturas sufridas antes de ser trasladados a la sede del SID en Bulevar Artigas y Palmar. Las víctimas identificaron a sus victimarios, que en su mayoría se encuentran detenidos en la cárcel especial de la calle Domingo Arena, procesados por la desaparición de otra veintena de uruguayos también detenidos en Argentina y traídos en un ‘segundo vuelo’ del que no se dejaron sobrevivientes. Se desconoce si estuvieron en la casa de la rambla, pero habrían pasado por el 300 Carlos, detrás del Batallón 13, antes de ser ejecutados y desaparecidos.





Las fotos del dolor



Clarel de los Santos, una de las víctimas de la Operación Morgan, detenido en la Casona de Punta Gorda y preso en el Penal de Libertad, llegó a ser luego secretario de redacción del diario cooperativo La Hora, que se imprimió aún en dictadura. Cuando se realizaron las elecciones de 1984, el matutino editó un suplemento especial sobre la represión en el que publicó la fachada de la casa de la rambla República de México.

Cuando preparaban el suplemento, De los Santos fue con el fotógrafo Freddy Navarro a hacer tomas del exterior de la casona, que entonces estaba deshabitada, y como vieron que había obreros trabajando pidieron para entrar a tomar fotos interiores. “Son fotos comunes, de puertas, paredes, escaleras, una bañera y un alambre, pero están cargadas de recuerdos y dolor”, explica Clarel.

“Es la puerta del garaje por donde nos metían tirados al piso del vehículo en que nos secuestraron, es la angosta escalera por la que nos subían del garaje a la planta alta de la casa, es la bañera donde nos hacían submarino (para el que también tenían un tacho en otra pieza), es el cable de acero del que nos colgaban en un pequeño patio con altos muros y donde el viento del mar que soplaba allá arriba me parecía el ruido de hojas de muchos árboles”.

Las imágenes, de las que quedan algunas copias, estuvieron traspapeladas durante mucho tiempo. Ahora se constituyen en testimonio y serán entregadas por el periodista y el fotógrafo al Museo de la Memoria. “Para los que estuvimos ahí, [las fotos] están llenas de rememoraciones impregnadas en nuestro ser para el resto de nuestras vidas. Las compartimos para que también formen parte de la memoria en construcción de nuestro tenebroso pasado reciente”.

A cinco años de la muerte de Pinochet

17-12-2011
A cinco años de la muerte de Pinochet
Aquel gesto inolvidable

Eduardo Contreras
El Siglo

Se cumplen 5 años desde la muerte del más despreciable chileno : Augusto Pinochet, el general traidor, el cobarde, el pillastre, el corrupto, el sujeto que no vaciló en someterse a las órdenes de una potencia extranjera aliada a la gran burguesía local y a una patota de politicos rastreros que hicieron coro a los golpistas. Encabezó el sangriento genocidio que enlutará por siempre a nuestra nación. En esta fecha debe rescatarse un gesto memorable del pasado reciente.
Hablo del joven Francisco Cuadrado Prats, nieto del general asesinado por la dictadura. En diciembre de 2006, tras larga espera en medio de los fascistas que concurrieron al funeral del dictador, rodeado de militares indignos que rendían honores a un criminal - lo que nunca hicieron con los últimos generales democráticos del ejército chileno, Schneider y Prats - este chileno tuvo el coraje de escupir con desprecio sobre el ataúd del golpista. Un gesto simbólico y valiente que nos representa a todos los hombres y mujeres bien nacidos de todos lados del mundo. Conocí a Francisco un 11 de septiembre en un acto de la izquierda en Las Condes en que se celebró además el reaparecimiento del mural de María Martner hecho con hermosas piedras regaladas por Neruda en el frontis de la casa de Tomás Moro. El fue uno de los descubridores de aquella obra que los militares habían tapiado luego de robarse las piedras valiosas. Un joven cuyo gesto de hace 5 años representa la valentía de lo nuevo.
Pinochet representa en cambio el período más negro de nuestra historia. Miles de víctimas entre desaparecidos, ejecutados, degollados, torturados, prisioneros en campos de concentración, cientos de miles de exiliados, mujeres violadas por sus carceleros o por perros, cuarteles secretos donde se experimentó el gas zarin con prisioneros, hombres y mujeres lanzados desde el aire al mar tras abrir sus vientres para que no flotaran aunque muchos aun estaban vivos ; en fin la reconocida acción de estos “valientes soldados”. Todo para desnacionalizar el Cobre y entregarlo a los que pagaron el golpe, re privatizar la banca, devolver la tierra a los latifundistas, privatizar la salud, la educación, la previsión social, reimplantar en fin el capitalismo a ultranza. Cambios estructurales ultrarecaccionarios. Un retroceso histórico que en los 20 años de la Concertación no se revirtió.
Pero lo cierto es que a 5 años de muerto el tirano el pueblo está en las calles y como siempre la juventud es la primera. Y sucede que las encuestas dan como la figura más popular de Chile a una joven comunista : Camila Vallejos. Por su capacidad personal, por sus ideas y por la forma de transformarlas en acción de masas. Se respira mejores aires.
Cierto es que el dictador no murió en la cárcel como debió ser, pero sí desaforado y procesado judicialmente, en Chile y en otros países por crímenes contra la humanidad. Sus compinches siguen hoy enjuiciados, algunos condenados, y no se detendrá el movimiento de derechos humanos hasta alcanzar toda la verdad y el máximo de justicia. Su nombre es sinónimo de lo siniestro. Una minoría de los suyos logró hacerse del gobierno pero todo indica que será por un período extremadamente breve. El escupitajo de Francisco se torna cada vez más en incontenible oleaje de rechazo colectivo a todo lo que Pinochet y la derecha representan.

Más fotos del cuartel







fotos del cuartel de artillería 1





Testimonio de Irma Leites

De la capilla de la tortura al Museo Alférez Alexis González.
Los que entramos a Artillería 1, La Paloma en el Cerro, retrocedimos:
36 años atrás
37 años atrás
38 años atrás
40 años atrás
En la mañana, al partir de mi casa, hacia allí, en un día desaforado, le dejé una notita a mi hija, que aún dormía: “Voy a retroceder a un diciembre de hace 38 años. Voy a atestiguar que el túnel del tiempo EXISTE, ojala vuelva más joven, no te lo aseguro, Ja!”

Pero, por suerte una vez más, lo que comprobamos que existe, sin duda, es el fabuloso ovillo de la memoria, que lo desata un aroma, un susurro, el roce de las botas al sonar subiendo por las escaleras.
Y entonces, ese hilo se desliza por el pasadizo del tiempo, como un pequeño hilo de agua, que se convierte en una pequeña cañada y luego un arroyo, un río un torrente hasta ser mar. Hasta devolverle a los ojos una imagen certera del sitio donde nos torturaron.
Hoy el oficial nos abría las puertas cerradas. Antes, hace 38 años para mí, ese roce nos venía a buscar para bajarnos a la “máquina”.

Pequeños detalles dormidos dentro de nosotros que se despiertan para señalar, acusar, condenar. Pequeñas energías que se encienden, solo basta que sople un viento suave y se activa…aparecen y aparecen, como ráfagas.
De nuevo ese frío, esas presencias que solo los que estuvimos allí podemos percibir.
Ahí mataron al gordo Marcos, a Basilicio López, ahí sobre un banco, hambriento y aterido, dejaron morir una mañana de invierno a un compañero, por omisión de asistencia, después de una ducha fría, ahí torturaron a cientos de mujeres y hombres, ahí enloquecieron al negro Richard… ahí hambrearon, estaquearon.
Ahí, el Cacho los puteaba. Ahí, con lo que se podía se conspiraba para resistir.
Ahí, cuando ubiqué el calabozo en el que me tenían desnuda, vi el rincón de las ratas, sentí el olor a la grasa rancia que nos ponían por el cuerpo, ahí aún, pude oír el chillido de las ratas que usaban para torturar y les conté ante el asombro del policía de la técnica, que le hablé –hace 38 años- a la rata, le decía que no se acercara, ella en un rincón, yo en otro. Y no se acercó. Al rato la sacaron de mi celda. La rata fue más humana que el Pajarito Silveira.
Y la resistencia viva, también en ese sitio, le mostré a la Fiscal la paloma que dibuje la noche anterior, porque la recuerdo en detalle, una paloma hecha con sangre, ahí en ese calabozo: una paloma que quería decir estás acá, un silbo, un texto, Alguien limpia la celda de la tortura/ Que se lleve la sangre no la amargura…

Ahí, cuando ubicamos la perrera y el frontón donde nos hacían los simulacros de fusilamiento- hoy leñera- pude percibir el frío que te corría por la espalda cuando en la madrugada te gritaban “corre, corre pichi” y estabas desnuda en medio de soldados y oficiales armados y los perros metidos en la perrera se desesperaban ladrando y tirándose contra los tejidos y no sabías si era verdad que te dispararían o largarían los mastines.
Pude oír las ráfagas que daban contra el frontón y los trozos de pared que te golpeaban y luego cuando ellos se arrimaban y en vilo te levantaban y reían, reían… risa de oficiales mandamás y de soldados cobardes diciendo amén por el juramento de obediencia debida o simple cobardía.
En fin…seguro no volví a mi casa con 20 años pero sí con la certeza de que ese viaje por el túnel del horror, le puso el marco físico a lo que vive en mí y en cada uno de los compas que sobrevivimos. Ese lugar existe, como existen los archivos, las fotos, estos ejércitos no destruyen ni los papeles, ni sus fotos, ni nada, son trofeos, o salvoconductos, son “museos” se jactan de sus “hazañas” de clase. Como conservan esa silla y esa toalla ahí, las mismas de la tortura en el “museo” como simples trofeos de guerra. ¿Dónde tendrán las capuchas? ¿En el sótano?

En el sitio, donde se torturó pervive ese halo de dolor oloroso: mezcla agria a lágrimas y sangre. Y esos sudores que solo despide el miedo y creo que la dignidad desnuda ensangrentada, atada no desaparece se mete entre el piso de adoquín de la sala de tortura que tan ingeniosamente Gavazzo nombraba como la capilla, él, era el cura. Con el cual todas y todos “se confesaban” colgadas, picaneados, violadas. En la humedad que despiden las paredes está la sangre.
Sin hablar fuimos a buscar, bajo la escalera, la puerta al infierno.
Esos detalles del que fue torturado, encapuchado y entrado por puertas que no vimos pero todos sabíamos que allí estaba y si, allí está la huella, la marca de una puerta clausurada, la cerraron pero no le colocaron ni siquiera el tramo de zócalo. Camuflada muy grotescamente –porque la impunidad de los ejércitos tiene eso- ellos cuando están en el ejercicio del terrorismo de estado se creen invencibles. No prevén que décadas después los que vosotros torturáis, entren a los cuarteles, cierren los ojos y ubiquen escaleras, calabozos, tirantes donde nos colgaban, enchufes.
No importó ni importa al próximo mandón de turno que paso allí. Ellos heredan cuarteles para consagrar el credo de todas las FFAA, “morir por la patria y vivir sin razón” como dicen los Sin Tierra. Y la consagran con la rúbrica del capital: la IMPUNIDAD.
¿Y saben qué? No se siente que el dolor, sea en vano, no. El dolor de la barbarie sufrida por los y las compañeras que amás. no nos vence. Nos hace sangrar la herida que te provocó la víbora, para que salga el veneno, y no te estalle dentro. Es sanador cualquier peón rural lo sabe. Es la cura sin doctor.
Sirve para que el poder judicial, que en general re victimiza a los testigos y es ciego, compruebe que la ingeniería de la impunidad no es invento de viejos o viejas resentidas, sino un proceso que DEBEMOS TORCER, QUEBRAR, porque sus efectos son la desintegración de hoy, los datos de hoy, la vida hoy: las mujeres asesinadas en sus casas, la pasta base, la indiferencia, las cárceles hoy, la tortura hoy, la falta de deseos de revolución de hoy.

Va lejos el olfato, para poder hoy mirar, juzgar y condenar.
Va lejos el oído para volver hoy a encontrar los sonidos del horror y los lazos de la resistencia, el combate.
Un sitio, una escalera, un tirante, una pared. Un falso piso para ocultar vaya a saber qué. Todo lo vimos…en esas 2 horas y media.

Primero reconocimos el lugar donde daban las visitas, a los que permanecieron años allí, el pabellón “DEPÓSITO DE PRESOS”, el de la hambruna, el del maltrato eternizado, un sitio de muerte lenta, luego el frontón, la perrera.

Después pasamos frente al “Museo”, la palmera, los cañones, claro, en un cuartel no es nada extraño, que los tengan. Pero en este caso ese museo, lleno de cañones, monturas, casquillos de balas, tiene una puerta, por la que asoma una escalera… ESA ES nos dijo todo dentro de nosotros, la misma por la que resbalamos mojados, por la que nos bajaban en andas, con la baranda herrumbrada, hoy pintada de verde… este “Museo” ubicado frente a una palmera en el lugar central del cuartel, como el florero en una mesa, esa era la capilla de Gavazzo, de Cordero, de Silveira, de Scala, de Agosto, como un florero en una mesa… Pero no, nada de románico, ni familiar, ni cálido.
Un sitio central en Artillería 1 para la sala de tortura. Ahí en medio de todos los pabellones del cuartel, ahí mismo un lugar que nadie podía desconocer. En el recorrido nos cruzamos con él.
Los ojos abiertos, los tímpanos alertas, un día de narices vivas, y el burdo camuflaje de los impunes hicieron posible encontrar la escalera. Igual que en el Florida, allí en Artillería 1, ellos dijeron que los compañeros asesinados en la tortura, se tiraron por la escalera. Burdo argumento plasmado en varias partidas de defunción firmadas por los impunes médicos asesores de tortura.

El sobrevivir nos da el dolor de ver los pactos, la complicidad de los otrora compañeros con la impunidad, pero también el privilegio de aprender a amar más a los verdaderos compañeros.
El humor negro nos rescata, es el recurso de la sanación en medio de la insanía de un cuartel, ese humor que nos dice: Vayámonos de acá, antes que se dé otro golpe de estado…y nos encuentre dentro. Soldados y oficiales, policía técnica oían los horrores contados en la escena del crimen…que alguien se haga cargo. De alguna manera sentí que me llevaba de allí adentro muy vivo al Gordo Marco, a Anita Rosadilla, a la Pitico, a la Negra Tere, al Vasco. ¡Salú compas! Para ellos, una vez más, las palabras de Pablo:
Ellos aquí trajeron los fusiles repletos
de pólvora, ellos mandaron el acerbo
exterminio,
ellos aquí encontraron un pueblo que cantaba,
un pueblo por deber y por amor reunido,
y la delgada niña cayó con su bandera,
y el joven sonriente rodó a su lado herido,
y el estupor del pueblo vio caer a los muertos
con furia y con dolor.
Entonces, en el sitio
donde cayeron los asesinados,
bajaron las banderas a empaparse de sangre
para alzarse de nuevo frente a los asesinos.

Por esos muertos, nuestros muertos,
pido castigo.

Para los que de sangre salpicaron la patria,
pido castigo.

Para el verdugo que mandó esta muerte,
pido castigo.

Para el traidor que ascendió sobre el crimen,
pido castigo.

Para el que dio la orden de agonía,
pido castigo.

Para los que defendieron este crimen,
pido castigo.

No quiero que me den la mano
empapada con nuestra sangre.
Pido castigo.
No los quiero de embajadores,
tampoco en su casa tranquilos,
los quiero ver aquí juzgados
en esta plaza, en este sitio. /Pablo Neruda.

Dic/17 de 2011
Irma Leites

Inspección ocular en el cuartel de artillería 1

Grupo de Artillería Nº 1 sin “santa patrona” que lo ampare

DESCUBRIENDO “MUSEOS” DE LA COBARDÍA FASCISTA Y FLAGRANTES
EVIDENCIAS DE LOS DELITOS DE LESA HUMANIDAD DE LA DICTADURA

“El mundo no está en peligro por las malas personas sino por
aquellas que permiten la maldad” (Albert Einstein).

Ayer, jueves 15 de diciembre de 2011, ocho ojos gastados pero bien abiertos y la muy buena memoria sensitiva de una ex prisionera y tres ex prisioneros de la dictadura, deambularon febrilmente durante dos horas y media por las instalaciones del cuartel del Grupo de Artillería Nº 1 “Brig. Gral. Manuel Oribe”, del barrio La Paloma, en la Villa del Cerro de Montevideo.
No habían vuelto a caer, obviamente, aunque la vivencia tuvo algo de libertad (esta relativa libertad de los uruguayos) cercenada, sin ninguna duda y sin metáfora alguna.
Íban agobiados aunque resueltos tras lo que hasta unas pocas horas antes parecía una auténtica “misión imposible”, que, sin embargo. resultó ser una fructífera penetración en el “túnel del tiempo”, de un tiempo jodido y tenebroso y de una durísima realidad que golpea fuerte y con la que no podrá competir ni la más audaz creación de la ciencia-ficción o la literatura de terror, jamás de los jamases.

Poco después de las 09.35 de la mañana, Irma Leites, Javier Peralta, Raúl Rodríguez y Gabriel Carbajales –cuatro ciudadanos de a pié mismo-- se animaron a poner en práctica –como testigos directos— lo dispuesto por la fiscal y la jueza actuantes en una denuncia colectiva por gravísimos delitos de lesa humanidad, recientemente presentada ante la Justicia Penal por un número importante de mujeres y hombres víctimas de tales delitos, ya largamente cincuentonas y cincuentones, aunque muchas y muchos aparenten haber llegado hace rato a los 70 cumplidos.

La “misión”, cruda, ingrata --casi dantesca--, pero necesaria, era si se quiere “sencilla” al menos para el sentido común de los que no estamos habituados a tallar con la lógica “formal” de los verdugos impunes:

Buscar, olfatear, ubicar y señalar, casi 40 años después, el lugar físico exacto en el que centenares y centenares de detenidas y detenidos del “proceso” –cerca de 700--, fueron salvajemente torturados por efectivos militares pertenecientes a dicha unidad, en una cacería humana que duró poco más de una docena de años y en la que destacó por su dureza extrema y su insana cobardía, el protagonismo de oficiales, suboficiales y “clases” de Artillerìa 1 en los sucesivos períodos de represión feroz contra el movimiento popular, entre 1972 y finales de 1984.
(Esta unidad militar no fue la única, por cierto, pero sí una de las que más sobresalieron por llevar la tortura a expresiones brutales, y por repudiables asesinatos aún no aclarados).

Acompañados por personal de Policía Técnica y un médico forense, y escoltados por oficiales a cargo del cuartel y varios soldados a su mando, las dos representantes del poder judicial y los cuatro testigos, atravesamos lenta y oblicuamente la “plaza de armas” en la que antaño eran estaqueados al rayo del sol los prisioneros, u obligados a mantenerse de plantón, desnudos, hasta caer abatidos por el frío, el sueño y el cansancio, y volver a ser levantados a golpes, o simplemente desmayados a culatazos gracias a alguna “orden superior” llegada desde el “casino” de oficiales (el lugar de “recreación” y solaz gastronómico más “clasista”, si los hay, de un cuartel, es ése, el llamado casino de oficiales: allí, salvando distancias, la oficialidad es un símil caricaturesco de la más rancia vacuno-cracia financiera, y el milico raso, el “recluta”, es el peón de estancia siempre listo para servir al “patroncito”, cumpliendo hasta las órdenes más aberrantes imaginables y las no imaginables también).

Nos costó identificar el lugar preciso donde muy intermitentemente recibieron visitas familiares las detenidas y los detenidos que permanecieron más tiempo en esta unidad, antes de ser trasladados a los penales de “Punta de Rieles” y de “Libertad” o a otras dependencias militares en las que seguirían siendo torturados, o serían asesinados o “desaparecidos”. Debimos seguir caminando sin poder ponernos de acuerdo sobre esa ubicación con exactitud.

Enseguida, entramos a un gran espacio repleto de cuchetas dobles y vetustos guardarropas de madera apolillada, que oficia actualmente de dormitorio de una tropa a la que el hacinamiento y la promiscuidad en el descanso, le recuerdan permanentemente que es el último orejón del tarro de la selva cuartelera.

Allí, hace cerca de cuatro décadas, eran obligados a “dormir” los prisioneros, pero no en las cuchetas, sino sentados, sin recostarse a la pared y sin poder hablar entre sí más que en algún susurro robado a la fiera atención de una guardia que se paseaba con armas largas y mirada bien celosa, desplazándose sin parar sobre un grueso pretil de ladrillo, a cuyo costado estaba estampada en un gigantesco cuadro al óleo sucio y maloliente, “Santa Bárbara”, la “patrona” de los artilleros, según una de las tantas fantasías castrenses elaboradas para buscar protectores divinos para el triste oficio de la muerte y una anacrónica justificación a la disciplina fundada en el terror del arresto a rigor por pretender discutir una orden, por simplemente pensar o porque a alguna charretera histérica se le ocurre nomás.

De ahí seguimos hasta un abandonado y mugriento frontón de pelota vasca, que era tal por aquellos años, pero también jaula de los ovejeros alemanes y los doberman con que se paseaba la guardia custodiando a los prisioneros. Pegado a él, otro frontón semi cerrado y ahora convertido en leñera, había servido antaño como escenario de los simulacros de fusilamiento, operación especialmente aplicada a la gente más dañada psicológica y físicamente, tendente a destruirla moralmente e inducirla a desmoronarse completamente en “la máquina” (la tortura): palmadita en el hombro, despedida, y la orden de salir corriendo, encapuchado y esposado, hacia una enorme pared de piedra sobre la que inmediatamente se empezaba a disparar con pistolas automáticas, zumbando las balas muy cerca de quienes tenían ya sobrados motivos para creer que aquello podía no ser una terrorífica parodia de ejecución..

(A veces, muy de vez en cuando, ese mismo lugar era el de increíbles “recreos” que duraban diez minutos y de los cuales se volvía invariablemente sancionado por haber levantado la venda y haber mirado al cielo o a los centinelas armados a guerra, en una ronda demencial que no era recreación, precisamente, sino más bien una forma más de la tortura y de la bestialidad cuartelera fascista).

Pero, bueno, abreviemos. El relato de todo esto –no se lo puede disimular-- agobia espiritualmente mucho más que el mismo peregrinar cuartelero de ayer en busca de la tristemente célebre “sala de máquinas” de La Paloma, que resultará pieza clave para el fallo judicial en curso.
La búsqueda misma, compartida, colectiva, conversada, amenizada con algún comentario tipo humor negro (“Apurémonos –dijo alguien bajo la lluvia--, no sea cosa que nos agarre un golpe de estado aquí adentro”), causa menos pesadumbre que su misma descripción o reconstrucción escrita intentada posteriormente.

Nos dirigíamos hacia el galpón que también fue usado para secuestrar tandas de más de 200 detenidos separados por fardos de paja sucia y restos de vehículos, cuando la mirada hacia una estructura central de ladrillo, al borde la plaza de armas –con inofensivo aspecto de rincón para la meditación trascendental y el retiro espiritual--, nos hizo descubrir el sitio que fue propiamente la antesala de la tortura, para todas y para todos los capturados en los sucesivos “mega-operativos” de las “fuerzas conjuntas” destinados a liquidar cualquier resto de organización del movimiento popular, incluso mucho después de desarticuladas totalmente sus organizaciones políticas armadas.
Imposible no identificar automáticamente en ese apacible lugar, la tenebrosa escalera de piedra de quince peldaños, por la que se empujaba a todo el mundo, apenas capturados, a un par de corredores ladeados por calabozos, para dejarte de plantón, en “la previa”, mientras la milicada pasaba y te reventaba los tobillos, los oídos, la espalda, a cachiporrazos o culatazos, “preparándote” para la que se venía, mientras un tocadiscos de mierda a toda voz repetía y repetía “salta, salta, salta, pequeña langosta”, atenuando los gritos que venían de abajo de la escalera, desde la espaciosa “oficina” de piso de adoquines en la que los Luis María Agosto, Jorge Silveira y José Gavazzo, entre muchos otros oficiales, iban ejerciendo la innmunda tarea de torturar a mansalva, para arrancar información, para divertirse, para saberse los mejores fascistas, para saciar sus apetitos de simples criminales a sueldo y para hacer honor a su condición de ratas “humanas” sin perdón de dios, del diablo ni mucho menos del pueblo.

Suspirando de alivio contradictorio, en cierto modo, fuimos descubriendo en la parte de arriba, de un lado, camuflados restos de calabozos de un metro y medio por dos metros, con paredes desprolijamente tiradas abajo, en los que ahora se guardan las uniformes “de gala” del cuartel, con sus chirimbolos de utilería, pero cuyas puertas conservan todavía las ventanucas de veinte por veinte y sus mirillas, por las que los carceleros controlaban a los prisioneros. Del otro lado, tras el descanso de la escalera, el espacio total de lo que fueron los otros tres calabozos, es ahora un pequeñísimo dormitorio femenino, tan claustrofóbico y opresivo como antes, a pesar de unas colchas rojas brillantes que se asemejan a las pilchas de papá Noel (“no duerman más aquí –le dijo Irma a una funcionaria--; tendrán malos sueños”).

Volvimos abajo, al pasillo debajo de la escalera que ahora no conduce a ningún lado y que antes era el corredor hacia la “sala de máquinas”… Nada, absolutamente nada que pudiera explicar la sobrevivencia sin sentido del corredor: paredes muy bien blanqueadas con cal espesa, evidencias de cosa muy reciente, nada que indicara la existencia de aquel espacio del terrorismo de Estado practicado bestialmente por los que hoy niegan sus respectivas culpablidades, cayendo en aquella “falta de carácter” que era motivo de arrestos e incomunicaciones tanto para los prisioneros como para los poquísimos milicos rasos que se atrevieran a desoír las sinrazones del “mando superior” inmediato.

Sin embargo, el registro con ojos de albañil y cabeza de ex preso que no puede admitir que el lugar donde fuera torturado se convirtiera en algo atribuible al delirio, permitió detectar los signos bastante chabacanos de una puerta tapiada a las apuradas, seguramente no hace mucho tiempo.

La orden judicial de inspección del cuartel, contemplaba la “visita” a cuanto rincón cuartelero reclamaran los representantes del poder judicial. Por lo tanto, nos dirigimos hacia el lugar al que debería habernos conducido la puerta tapiada, que hasta ese momento parecía tan solo la representación material de la pérdida de memoria y el desamor por la verdad que la dictadura y la post dictadura pretendieron de todo el pueblo uruguayo con la generosa asistencia de los que votaron la Ley de Impunidad.

¡Oh, sorpresa!... La sala de torturas es ahora un inútil pero colorido y “pintoresco” museo de cachivaches militares dispuestos para la veneración místico-funebrera de los amadores de la industria bélico-represiva (viejos y lustrosos cañones de fines del siglo XIX; gigantescas balas bañadas en bronce y cobre; pedazos de charreteras de algún viejo personaje de la vieja artillería “oriental”; un busto de algún “guerrero” que la historia apenas reconoce; vetustos calibradores de acero, tenazas, pinzas, picas de zapador, restos de un pasado de ejército que solo mateaba a la sombra de la arboleda de la plaza de armas, a la espera del próximo golpe de estado; y, entre otros pendorchos y emblemas del poder verde, muchas, muchísimas y carísimas monturas y arreos dispuestos abigarradamente para ocultar los vestigios de puertas y ventanas tapiadas, tan mal y burdamente tapiadas, sin embargo, que se pueden apreciar –y fotografiar-- a simple vista desde el exterior nomás, en verdaderos remiendos de ladrillo nuevo sobre ladrillo viejo).

Alguien reconoce en un viejo tomacorriente en el piso, la evidencia de la “modernización” del cuartel de La Paloma de mediados de los ´70, con la adquisición de la picana que el coronel Agosto dice no haber utilizado “jamás”, para afirmar que él únicamente era el jefe de “los apremios físicos” (“el submarino”, “el potro”, “la colgada”, “la estaqueada”, “el plantón”, etc., etc., ¡pero no de la tortura!!!). Alguien reconoce también las huellas de donde pendía una roldana utilizada para el sumergimiento “automatizado” en el tacho o submarino, cosa de que los sacrificados verdugos no se mojaran sus delicadas manos en pleno invierno congelante y se atacaran de zabañones… Alguien llega a reconocer una vieja y podrida silla en la que eran sentados los torturados para recuperar energías y volver a “la máquina” nuevamente…

Imposible describir todas las huellas del “pasado reciente” en esta verdadera escenografía de la hipocresía y la cobardía militar (de ayer y de hoy, ¡qué joder!), en este estúpido “museo” de la maldad que únicamente pueden haber concebido los que no solamente le temen a la verdad y el castigo, sino también los que nos hablan de un “honor” que, la verdad, es el “honor” de los culpables, de los directos y de sus encubridores y cómplices más allá del tiempo y de los plebiscitos y las leyes modificatorias que no pueden modificar nada más que lo aparente.

Fue unánime: tanto los testigos como los acompañantes de visita en La Paloma, no pudimos soportar más tanta elocuencia de los hechos, tanta verdad a la vista, tanta ofensa necia a la inteligencia y la sensibilidad humanas. Habíamos ubicado finalmente lo que habíamos ido a buscar, y todos sudábamos la gota gorda.

Estaba, justamente, en el sitio en el que los arcaicos planos del cuartel, señalaban la supuesta existencia de lo que parecía haberse construido, premonitariamente, para que un día los verdugos clamaran al cielo un perdón que jamás llegará de la tierra: una capilla, la capilla de Artillería 1, mutada en centro de la tortura masiva y luego, muy luego –muy luego y muy impunemente--, en este macabro, imbécil y autocondenatorio “museo” de no se sabe qué mierda, de cuyas connotaciones e implicancias no te salva ni “Santa Bárbara” ni el más santo de los santos robados por la liturgia homicida de los represores profesionales, manejen los fierros que manejen, ostenten la omnipotencia que crean ostentar, sean artilleros o simples sicarios a la orden de los autores intelectuales de una historia aparentemente “sin fin”, pero que ya nadie podrá mantener socavada en ningún museo o cualquiera otra invención “cultural” al servicio de la mentira o de una “paz” tonta y perdonavidas que es la antítesis del clamor popular por juicio y castigo, que no se arredrará ante ninguna zonza ilusión de seguirnos pasando gato por liebre o tortura y crimen por “malos tratos” o “apremios físicos” practicados por pobres viejitos y viejitas que siguen siendo jóvenes e imperdonables asesinos del pueblo.

La Paloma queda atrás (atrás de un Cerro obrero que sufrió la tortura sin estar en “la capilla”), pero en la camioneta del poder judicial viajan de vuelta una docena de personas muy distintas en muchos sentidos, pero cuyas respectivas conciencias llevan impregnada una pequeñísima parte de la verdad y un muy íntimo sentimiento de que no hacer justicia, aunque parezca tardíamente, es hacerle creer a los asesinos de ayer y de hoy, que nosotros, todos nosotros, somos sus cómplices.

Gabriel Carbajales, 16 de diciembre de 2011

viernes, 16 de diciembre de 2011

JULIO CASTRO: LAS HUELLAS DEL PACTO

 JULIO CASTRO: LAS HUELLAS DEL PACTO

Caso Julio Castro: Expedientes judiciales evidencian pistas falsas de
militares

Samuel Blixen (Brecha)

El cúmulo de mentiras y pistas falsas que distribuyeron algunos
militares para prolongar su impunidad se vuelve ahora en un arma
contra ellos mismos si, como se promete, la orden es desenmascarar a
los homicidas.

¿Medio vacío o medio lleno?

Ante la confirmación de la manera en que fue asesinado el educador y
periodista Julio Castro, la determinación del comandante del
Ejército, Pedro Aguerre, de revocar –"si ha existido o
existiera"– un pacto de silencio –"del que no tengo
conocimiento"– para encubrir delitos dentro de la fuerza, es un
ejemplo acabado de ese deporte nacional que es la ambigüedad.

Puesto que en la misma declaración Aguerre fue enfático en que "el
Ejército no aceptará, tolerará, ni encubrirá a homicidas o
delincuentes en sus filas", esa pueril aclaración sobre el
desconocimiento de la omertà militar debe interpretarse como una
concesión a los comandantes que lo precedieron y que, ni por asomo,
llegaron a los niveles de condena y de compromiso para enfrentar a "la
horda o algo similar" que campeó durante el terrorismo de Estado.

Es de estrategia elemental no abrir múltiples frentes de combate, de
modo que, más allá de la ambigüedad, es de suponer que el acento
principal de la declaración está en el rechazo frontal al
"encubrimiento de homicidas", y de ahí que, algunos –entre ellos el
ministro de Defensa, Eleuterio Fernández Huidobro– tienen la
convicción de que, formalmente, el Ejército brindará nueva
información que permita avanzar en la búsqueda de la verdad sobre
qué pasó con las víctimas, y en el castigo a la "horda".

A menos que exista una disposición superior que ordene lo contrario,
el Comando del Ejército podría empezar por buscar y entregar los
archivos, parciales o totales, de los servicios de inteligencia, cuyos
contenidos siguen vedados para los jueces y fiscales y sin embargo son
utilizados en su página web por connotados inquilinos del penal de
Domingo Arena; la imposibilidad de ubicar los documentos relevantes
sobre las operaciones que culminaron con la desaparición y asesinato
de unos 200 prisioneros de la dictadura es una forma de ese
encubrimiento que Aguerre anuncia que combatirá.

El Comando podría tomar nota de las múltiples referencias en
expedientes de la justicia penal al pacto de silencio, no para
confirmar algo que se cae de maduro, sino para seguir la cadena del
encubrimiento, que aporta pistas sobre el papel de los cómplices.

Un ejemplo acabado de ese encubrimiento lo brindó, en 2007, el
general retirado Mario Aguerrondo (quien, incidentalmente, en 1993,
siendo jefe del Servicio de Información de Defensa, encubrió a los
asesinos del agente de la dictadura chilena Eugenio Berríos) cuando
compareció ante el juez que indagaba la desaparición de prisioneros
extraditados clandestinamente desde Buenos Aires en el llamado
"segundo vuelo". Aguerrondo había sido el jefe del Batallón 13 de
Infantería, en cuyos predios funcionó El Infierno o 300 Carlos, un
centro clandestino de detención que utilizaba las instalaciones del
Servicio de Materiales y Armamento.

Aunque por El Infierno pasaron cientos de detenidos, y muchos de ellos
desaparecieron –como la maestra Elena Quinteros–, el entonces
coronel Aguerrondo dijo ante el juez "que no sabe en qué período de
tiempo estuvo operativo el 300 Carlos" en el Servicio de Material y
Armamento, "porque un día aparecieron y así se fueron. Toda esa
gente que había ahí, evidentemente era de algún servicio
especializado", pero su ignorancia y recato eran muy profundos. Contó
que en 1975 el comandante en jefe Julio César Vadora
(convenientemente fallecido) "me dijo que iba a haber una operación
de inteligencia, que yo no apoyara ni interviniera de manera alguna y
que no iban a ir por el frente (...) se retiró un puesto de
vigilancia, de los tres que había se retiró el del fondo (...)
pensé que era algo muy grave, probablemente matar a alguno, pero no
pensé mucho", afirmó en el juzgado, como si ese "no pensar mucho"
atenuara su responsabilidad.

A diferencia de Aguerrondo, a quien el pienso le permitió admitir que
en el Servicio de Material y Armamento funcionó un centro clandestino
de detención, el jefe del sma, Lautaro May, apenas admitió que en el
predio hubo un galpón que "por orden del comandante Vadora, fue
desafectado del servicio del cuartel". Pero sostuvo que estaba
permanentemente cerrado, que allí no iba nadie, y negó que se
introdujeran en el terreno efectivos de inteligencia, ni prisioneros.
El segundo jefe, Hugo Bértola, confirmó los dichos de May y agregó
que "nunca vio a nadie, nunca tuvo indicios de que hubiera gente
dentro"; ninguno de ellos llegó a escuchar, claro, los insultos que
la maestra Elena Quinteros profería, en medio del dolor, a sus
torturadores y que eran registrados por todos los que permanecían
encapuchados en el galpón.

El encubrimiento impidió a la justicia determinar si la veintena
larga de prisioneros que trajeron de Buenos Aires en el segundo vuelo
(todos desaparecidos) fueron llevados al Batallón 13 o al Batallón
14. Según Gilberto Vázquez, el mediático torturador y asesino
recluido en Domingo Arena, "en 1974 o 75 se dio la orden de que no
podía aparecer ningún muerto, a mí me la dio el director del
servicio (Amaury) Prantl, pero venía del comandante en jefe del
Ejército, Vadora, era una orden verbal. Era por razones económicas
del país, había una crisis económica y había que dar una
sensación de estabilidad y tranquilidad". Ante una pregunta de los
magistrados, contestó que "los enterramientos clandestinos se hacían
en el marco de la orden de hacer desaparecer a todos los muertos".

Los miembros de la Comisión para la Paz abogados Carlos Ramela y
Gonzalo Fernández se inclinaron por acepar la versión aportada por
militares a los que entrevistaron en reserva, quienes afirmaban que
los prisioneros del segundo vuelo fueron llevados directamente al
Batallón 14, pero los jueces dejaron constancia de que todos los
elementos sugieren que pasaron primero por El Infierno. En el
expediente dejaron constancia de que "no pudo saberse, sin embargo,
quienes eran esos informantes, fue imposible ahondar judicialmente
sobre los puntos más importantes a esclarecer y el paradero de los
posibles restos no tuvo respuesta válida".

Una posible vía de información eran los pilotos que condujeron los
aviones. El brigadier general Enrique Bonelli admitió haber sido el
copiloto del avión C 47 que efectuó un traslado el 24 de julio de
1976, conocido como el primer vuelo. Pero no recuerda quién le dio la
orden verbal (fue "un superior que no recuerda"). Tampoco recuerda
quiénes integraban la tripulación, "él era el copiloto pero no
reveló quiénes eran el piloto principal y el ingeniero de vuelo",
consigna el expediente. Bonelli, siendo comandante de la Fuerza
Aérea
, realizó una investigación sobre el segundo vuelo. Ante los
magistrados afirmó que "fue un vuelo nocturno".

No proporcionó los nombres de los tripulantes aduciendo que,
"siguiendo el tenor de lo dispuesto por el Poder Ejecutivo en cuanto a
continuar las actuaciones de la Comisión para la Paz, y lo
expresamente dispuesto en su artículo 3 del decreto que la formó,
orientó la investigación, no a conocer quiénes habían realizado el
vuelo, sino a conocer si efectivamente éstos se habían llevado a
cabo. Desconoce cuál fue el destino final de estas personas". La
misma amnesia exhibieron otros oficiales pilotos: Walter Pintos, Mario
Muñoz y José Pedro Malaquin (presunta tripulación del vuelo del 5
de octubre). Bonelli tuvo un desliz ante los magistrados; dijo no
saber los nombres de los pilotos de los dos vuelos, pero afirmó que
ninguno de la tripulación estuvo en ambos traslados.

En el expediente relativo a los traslados clandestinos se afirma que
"el propósito de los autores de los ilícitos es ocultar o destruir
las pruebas sobre la desaparición para mantener el crimen en la
impunidad. Ese pacto de silencio se prolonga al presente". Y agregan
los magistrados: "No sólo de silencio sino de construcción de pistas
falsas, de estrategias urdidas para desviar la dirección de la
indagatoria sobre el paradero de las víctimas".

Pasos en falso.

El general Carlos Díaz podría aportar elementos, en caso de que el
Ejército se ponga, efectivamente, a extirpar la complicidad con los
homicidas. Díaz fue quien recabó la información que supuestamente
indicaba el lugar exacto donde había sido enterrada María Claudia
García de Gelman, y quien señaló el "árbol cortado" en el cuartel
de Toledo, que supuestamente era la referencia del enterramiento. El
general Ángel Bertolotti, confiando en la información recabada con
criterios reservados, comunicó la novedad al presidente Tabaré
Vázquez, y éste anunció el lugar exacto donde, "en un 99 por
ciento", estaban los restos de María Claudia. Aún se sigue esa
búsqueda que, imprevistamente, permitió rescatar los restos de Julio
Castro.

Ni Bertolotti, ni Díaz, ni el general Pedro Barneix, revelaron quién
o quiénes dieron las pistas falsas, los "sitios de interés" que
impusieron recorridas extenuantes de autoridades judiciales,
an­tropólogos y familiares por senderos de un monte que, después se
supo, era donde se realizaban entrenamientos. El general Raúl
Gloodotfsky, que oficiaba de maestro de ceremonias en el Batallón 14,
nunca llegó a explicar quién le sugirió que mostrara simples
trincheras como si fueran fosas de enterramientos, y a identificar
como alteraciones del terreno de supuestas exhumaciones lo que eran
pozos de tiradores. Los cuatro generales mencionados podrán aportar
importantes insumos a la tarea de depurar al Ejército de "la horda".

Las informaciones falsas y las falsas pistas fueron aceptadas como
válidas por la Comisión para la Paz, en la medida en que, salvo
algunos contados casos, se incorporaban tales versiones en el informe
final. Así ocurrió en el anexo referido a Julio Castro, donde se
consignó que sus restos habían sido exhumados, incinerados y
arrojados al mar. La misma versión se incluye en el anexo de Elena
Quinteros y se detalla el mismo procedimiento –que Ramela confirmó
en el juzgado, en función del "testimonio de múltiples fuentes
militares y policiales" que "reconocieron expresamente haber
participado en ese operativo".

Por su parte, Gonzalo Fernández declaró ante el juez: "Cuando se
inaugura el Batallón número 14 con sede en Toledo, aproximadamente
del 73 en adelante o principios del 74, se nos informó que todas las
personas muertas en dependencias militares, cualesquiera fueren
éstas, fueron sepultadas en el predio del 14 lindero o lindante con
la ruta que lo atraviesa y que los militares identificaban con
mordacidad como 'Arlington', en alusión al conocido cementerio
militar estadounidense". Agregó: "Yo creo que quienes permanecían
sepultados en el 14 fueron removidos sus restos en el marco de la
llamada Operación Zanahoria en el año 1984". Los que Fernández
señaló en noviembre de 2003 como "indicios objetivos y bastante
significativos, a mi modesto entender, de que ella se realizó",
aludiendo a la llamada Operación Zanahoria, no encuentran, según los
magistrados, "sustento en la información obtenida".

El obrero de la construcción Horacio Gelós Bonilla fue torturado en
el Batallón de Ingenieros de Laguna del Sauce y, según lo informado
por Fernández, su tumba, abierta, fue encontrada por unos
particulares en un predio cercano al aeropuerto de esa localidad,
confirmando la versión de militares de que los restos fueron
desenterrados, incinerados y arrojados al mar. Sin embargo el equipo
de arqueólogos descartó esa información. Fernández también
anunció "la desaparición (sic) de la tumba de Gomensoro Josman en el
Cementerio de Paso de los Toros y la ubicación de una nueva sepultura
de un niño exactamente en el mismo lugar".

El expediente afirma que "esos datos tampoco son ciertos. La tumba de
Gomensoro Josman no había sido nunca excavada entonces. Su cráneo
fue hallado en poder de un médico que había practicado la autopsia
en la época de la aparición del cuerpo. El antropólogo Horacio
Solla excavó después en el lugar por orden del señor juez de Paso
de los Toros, se localizaron restos óseos (pero no de un niño), que
están depositados en el Instituto Técnico Forense".

La contradicción entre el informe final de la Comisión para la Paz y
la realidad que dejó al descubierto el hallazgo de los restos de
Julio Castro, promovió una intensa controversia entre los que
respaldan la actuación de la Comisión y quienes afirman que el
informe avaló flagrantes mentiras de militares. Ramela, quien
recientemente denunció "canalladas" de quienes lo fustigan, resultó
en última instancia extremadamente crédulo con sus informantes
militares. Lo importante es que los equipos que investigan el destino
final de los desaparecidos están recabando informaciones que, muy
probablemente, permitan avanzar; será anecdótico si esas
informaciones desmienten a los informantes de Ramela y Gonzalo
Fernández. Y quizás, si los militares cumplen la orden de su
comandante en jefe, el flujo de información podrá acelerarse,
siempre y cuando no se reincida en la información falsa. n

Disculpas y demoras

El secretario de la Presidencia, Alberto Breccia, anunció ayer, en
una conferencia de prensa de la que participaron además los ministros
de Educación, Ricardo Ehrlich; de Interior, Eduardo Bonomi, y de
Relaciones Exteriores, Luis Almagro, la postergación para marzo de
2012 del acto público de disculpas del Estado uruguayo a la familia
del poeta Juan Gelman ordenado por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos (cidh) en su sentencia dada a conocer en mayo pasado. En la
misma rueda de prensa el gobierno hizo un balance de las medidas
adoptadas en el área de los derechos humanos.

"Se ha dispuesto todo lo necesario y hemos entablado contactos
permanentes con Macarena Gelman a los efectos de coordinar los
detalles públicos de reconocimiento de responsabilidad por parte del
Estado sobre los hechos de la dictadura", dijo Breccia. A su vez,
afirmó que "está en vías de realizarse" la indemnización ordenada
por la Corte como compensación del daño causado a Macarena Gelman.
Sobre el final, Almagro dijo que el procedimiento de extradición del
ex marino Jorge Tróccoli, requerido por la justicia de nuestro país,
continúa, aunque por el momento "no hay una decisión final sobre ese
tema".

MONTEVIDEO/URUGUAY/16.12.11/COMCOSUR AL DÍA