viernes, 9 de noviembre de 2012

Cementerio de trenes. Martha Passeggi

 EDITORIAL.

El cementerio de trenes existe.

 Hace muy poco, realicé una visita, a los talleres de trenes de la estación Peñarol.
 Fue una visita programada  con muchos  jóvenes fotógrafos, que tenían como paseo;  visitar dicha  estación.
 Más específicamente;  visitar los talleres de trenes de dicha estación.
La otrora estación de Peñarol antiguamente pujante; como lo fue el largo período de circulación de trenes en  nuestro país;  está enclavada en un populoso  barrio obrero.
Por esa razón,  a su vez se construyeron alrededor, viviendas para los empleados ferroviarios. 
Llegué temprano como es mi costumbre, y poder así, tirar algunas fotos previas.
 A las pocas locomotoras apenas sobrevivientes y a sus vías casi moribundas. 
Tuve la suerte de que un joven colega; Pablo,  llegó temprano a la cita y con él inicié para amenizar;  un coloquio breve pero gratificante.

Siempre sigo pensando que la profesión de fotógrafa/o, es muy solitaria.

En fin, pude invitarlo a tirar algunas fotos;  ofreciendo  ser… casi anfitriona del lugar!
Luego de un rato llegó el numeroso grupo, que siempre agrada al alma, con la docente,  que nos guiaría a tal encuentro.
De allí partimos todos a los famosos talleres de trenes de la estación Peñarol, cita acordada por la Escuela de Fotógrafos Aquelarre.
Los trámites necesarios… la inquietud de los  nuevos fotógrafos… todo listo.
Previa,  algunas tiradas de fotos para los que tenemos el vicio del fotorreportaje!
La espera… el pasaje previo del trámite como en todas las cosas de este país…
Primera secuencia de fotos mías:    la entrada….
Algunos perros que se hicieron dueños de ese lugar  a lo largo de tiempo, nos dan la bienvenida un poco molesta para su quietud monótona.
Bien entramos todos. Saludos… agradecimientos…etc.
.
Los clik de las cámaras no se hacían desear sobretodos los míos….
Registrar ese encuentro…
Mi  mirada sería sin dudas muy diferente a los jóvenes…
Yo asistiría por primera vez al desentierro de los trenes… así me lo había propuesto.

Creo que fue en el año 1979…o 80... No lo sé con precisión.
Yo había estado presa durante casi 5 años,  por la dictadura imperante en nuestro país.
A mi salida tuve la suerte de que algunas compañeras;  me hicieron  un lugar en un trabajo.
Así que pude trabajar…  claro que el acoso de los militares se hacía presente a cada instante.
De todas maneras me planteé,  cuando me correspondieran… unas buenas vacaciones.
 hacer un viaje en tren hasta Rivera! Había sido invitada, por tanto no desestimaría esa oportunidad.

De esa forma pude disfrutar de ese viaje en tren….! Ni quieran saber como quedé!!!!
En fin,  lo disfruté muchísimo!
Luego de la época del descalabro financiero del país,  por los de siempre; blancos y colorados que ostentaron el poder durante más de 150 años, terminaron con  ese servicio  necesario para el pueblo.

Volvamos a la visita.

Un funcionario muy predispuesto nos indicó el lugar de los talleres de trenes.
Un verdadero cementerio!!!
Un inmenso galpón casi en penumbras yacían hierros, maquinaria en total desuso.
Del  techo con muchísimas entradas de luz tenue, se filtraban rayitos de luz que simulaban una sinfonía - a mi antojo -de ceremonia luctuosa.
El olor a metal golpeaba a cada instante y el silencio perpetuo como en un campo de batalla;  después de la derrota.
Nos dispersamos todos, el lugar ameritaba buscar los escondrijos que allí surgían a cada paso.
La cámara se negaba a registrar casi sin luz natural.
Había que apelar a la experiencia y después ver los resultados.
La  emoción me embargaba profundamente…corría con cierta ventaja en mi memoria de otra épocas.
Mis tías vivieron  en la zona de Sayazo, cuando las visitaba con mis padres, siendo muy chica en edad,   una de los entretenimientos;  era viajar en tren  hasta Peñarol. Un viaje cortito, pero singular.
La bocina que anunciaba la llegada a la estación y los pasajeros presurosos,  le daban un colorido a la vida en esos años.
Durante el viaje y el traqueteo de los vagones,  se conjugaban los  diferentes modismos, de cada localidad del interior profundo,  que los citadinos seguimos casi desconociendo.


Recorrimos en silencio.
Tiré fotos… unas tras otra…
Bronca…nostalgia. Pesadumbre… dolor…

Allí estaban mis emociones a flor de piel….
El descalabro  de algo increíble, que nunca debió suceder…herrumbre y más herrumbre.
En un sector del lugar una luz fuerte que venía del techo,  alumbraba un conjunto de vestigios de piezas de trenes. Y en medio de ese escenario, se erguía casi majestuoso un helecho verde muy vital.
Casi como encandilados  casi todos convergimos a ese lugar. La luz natural ayudaba a las tomas aunque demasiado potente que “quemaba” la escena.
El “anfitrión”: el helecho,  rodeado por el clik incesante de las cámaras.
Fue un instante de buscar la vida en ese lugar inerte.
Más allá se ve un tren arrinconado por el tiempo… subimos algunos. Desmembrado todo él, los asientos a un costado hierros y más hierros.
Se conservaba la puerta del pasaje de un vagón a otro. Solo el decreto del P.E
 Prohibido fumar…ayudado por un graffiti irónico.
Por la  ventanita de ojo de buey se veía la escena de ahora; desolación.
Mi pregunta no se hizo esperar a uno de los jóvenes del periplo. ¿Qué te causa todo esto?
Indignación me dijo de inmediato. No lo puedo creer
Fin del paseo en los talleres.
Salimos nuevamente a la luz. Al fondo de otro lugar se hallaban los vagones y locomotoras derruidas entre el pasto alto.
Otra escena dantesca.
Me aparté hacia un lado en solitario. Toqué un vieja chatarra de tren oxidada,  en ella ya habían nacido múltiples plantas coloridas.
Tomé una margarita silvestre que abundaba por allí y la coloqué en esa chatarra.
Como si dejara simbólicamente mi ofrenda en este entierro de tiempo olvidado.
                                                                         Martha Passeggi
                                                                    Reportera-gráfica.
























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