EL PAÍS › EL TESTIMONIO DE IVONNE TRIAS EN EL JUICIO POR LA
COORDINACIÓN REPRESIVA DE LAS DICTADURAS
Una familia devastada por el Plan Cóndor
La periodista uruguaya habló del secuestro y la desaparición
en Buenos Aires de su esposo, Carlos Rodríguez Mercader; de su hermana Cecilia
y su compañero Washington Cram González. “Lo que pasó fue como acuchillar el
vínculo entre las generaciones”, dijo.
Por Alejandra Dandan
Ivonne Trías es periodista uruguaya y fue directora de
Brecha. Ayer declaró en el juicio oral que, en Buenos Aires, juzga a parte de
los responsables del Plan Cóndor. “Vengo a decir lo que sé y lo que no sé y
quiero saber acerca del secuestro y desaparición de mi hermana Cecilia, de 22
años; de su compañero, Washington Cram González, de 27, y de mi esposo, Carlos
Alfredo Rodríguez Mercader, de 26 años, los tres secuestrados y desaparecidos
aquí. También quisiera hablar de lo que sé y no sé de otros compañeros y amigos
muy queridos que desaparecieron en circunstancias similares. Y en tercer lugar,
hablar de algunos de los imputados en esta causa. A uno lo conozco hace más de
cuarenta años, siempre en circunstancias de torturas y apremios físicos, tratos
degradantes. Y contar por qué estaba mi familia aquí.”
Ivonne y Carlos militaron en la Federación Anarquista
Uruguaya (FAU), que generó más tarde al movimiento de Resistencia Obrera
Estudiantil (ROE). Cecilia se sumó al sector estudiantil del ROE con una
militancia periférica. En 1972, Ivonne quedó detenida en Uruguay, situación en
la que permaneció hasta 1985. A fines de 1972, su familia viajó para refugiarse
en Buenos Aires, mientras se acentuaban la represión y las persecuciones en
Uruguay. Primero salió su esposo. En 1973, salieron Cecilia y Washington, que
aquí tuvieron un hijo, estaban legalizados y con trabajo en blanco. Entre
septiembre y octubre de 1976, Carlos, Cecilia y Washington fueron secuestrados
por la coordinación represiva de los dos países en el marco del Plan Cóndor. Se
cree que pasaron por el centro clandestino de Automotores Orletti y partieron a
Uruguay entre los prisioneros del llamado “segundo vuelo” que permanecen
desaparecidos. El hijo de Cecilia y Washington se salvó porque su abuela María
Irma Hernández estaba en esos días de visita en Buenos Aires.
“Todos ellos vinieron de Uruguay porque estaban perseguidos,
porque eran militantes políticos o estudiantiles, como mi hermana y su
compañero.” “¿Por qué éramos todos militantes?”, preguntó Ivonne en la sala.
“Porque en Uruguay ya en los años ’65 o ’66 empezó un ajuste que puedo
describir como conservador, que puso por primera vez a los representantes
directos de los grupos financieros en los puestos del gobierno para llevar
adelante las medidas de carácter antipopular, la represión más fuerte que se
había conocido. Y eso chocó con unas organizaciones populares muy fuertes
también: había una organización de los trabajadores unificada; partidos de
izquierda fuertes, como el Partido Comunista o el Movimiento de izquierda de
Liberación nacional (Tupamaros).” Un escenario que no permitía imponer esas
“medidas antipopulares sin chocar con una resistencia muy fuerte”.
Ivonne relató el avance del proceso año a año hasta llegar
al golpe de junio de 1973. Las primeras militarizaciones y el contexto de
conflictividad en el que “la mayor parte de los jóvenes de mi generación
decidimos militar”. “No tuvimos que pensar si íbamos a intervenir en política o
no –dijo–, ya en nuestra formación todos tempranamente sabíamos que la realidad
había que cambiarla, participar era natural.” Ante las “ofertas” vigentes, el
PC o el MLN, su grupo optó por otra “salida”: la FAU, una organización “con
raíces históricas profundas” que “estaba acercándose a los movimientos de
liberación de toda América, a la rebelión de las orillas, como la llamábamos”.
En el relato, la FAU apareció así como punto de origen del movimiento que
continuó en el MOR y, ya en 1975, entre los refugiados en Buenos Aires, con la
organización del Partido para la Victoria del Pueblo (PVP), del que formaban
parte la mayoría de los uruguayos secuestrados y desaparecidos aquí.
En Buenos Aires
Con el golpe de Estado uruguayo “se declara una huelga
general” y empieza el “revanchismo de despidos, persecuciones, y es cuando
mucha gente que ya estaba requerida y era perseguida empieza a ver que
Argentina era el refugio (...) Se vienen muchos de mis compañeros y se instalan
con intenciones de seguir lo iniciado en Uruguay en un proceso de discusión
interna, recuperar fuerzas para volver y luchar contra la dictadura”.
Carlos viajó antes del golpe, a fines de 1972. Cecilia y
Washington, en 1973. “Yo me comunicaba con mi hermana. Ella no tenía
impedimento legal, nos escribíamos habitualmente. Sabía que estaba muy contenta
y que estaban tratando de tener su primer hijo. Con mi marido, clandestino, nos
enviábamos cartas ocultas en las que se podía decir muy poca cosa más que
frases o ‘estamos bien’. O ‘te amo’ o ‘te espero’.”
Durante su estadía en la cárcel supo de los secuestros.
Luego de un período de castigo empezaron a recibir visitas. “Vienen todos los
familiares, pero no viene mi madre, cosa muy extraña porque no había faltado
jamás. Faltó a la segunda visita, lo cual me alarmó, y a la tercera la noté
demudada. Me dijo que mi hermana había salido a encontrarse con su compañero,
ella estaba ahí porque había ido a cuidar a su niño. Me contó que no habían
vuelto. Me contó que mi marido tampoco estaba y me decía entre lágrimas y medias
frases cosas que no podía entender muy bien –dijo–. En parte por un bloqueo
emocional, en parte porque no eran conceptos ni experiencias que teníamos como
uruguayos.” Su madre le decía: “Todo fue un desastre, se llevaron a todos,
están todos muertos”. Ivonne todavía pensaba que podían estar clandestinos.
De acuerdo con la reconstrucción que hizo después, supo que
Cecilia, Washington y su hijo vivían en la calle Vicente López 2273, en Morón.
El 28 de septiembre de 1976 dejaron al niño con la abuela. Primero salió uno,
después el otro. Tenían como destino un bar en Juramento y Ciudad de la Paz.
“Pasaron las horas. Mi hermana estaba amamantando a su bebé, por lo cual tenía
horarios muy rígidos. Cuando no volvió, mi madre se puso muy nerviosa y más
nerviosa hasta que llega mi marido y le dice: ‘Vieja, hay que salir de acá, ya,
ya, ya. Llevamos al niño porque cayeron los chiquilines.” Carlos Rodríguez
Mercader, a esa altura, estaba a cargo de la dirección de emergencia del PVP.
Lo secuestraron el 1º de octubre.
Uno de los represores uruguayos juzgados en este juicio es
Manuel Cordero. Es uno de los más mencionados por los sobrevivientes de
Orletti. Estaba encargado de los enlaces de prisioneros entre Argentina y
Uruguay.
Ivonne lo conoció en agosto de 1972, en el cuartel Quinto de
Artillería: “Mi primer impacto fue una actitud inolvidable, porque estaban
todas las presas en una habitación común y Cordero entraba y lo primero que
hacía era pasar la mano por todas las bombachas que estaban en la primera
cuerda y después iba y se sentaba en la cama de una detenida, una pobre
muchacha de 18 años a la que le habían matado a su esposo. Manoseo y un
oprobio, violaciones elementales al derecho de ella y todas las que estaban
alrededor. Cuando traían al bebé de esta chica a visitarla lo tomaba en brazos
y se paseaba como si fuera un trofeo. Fue tal la indignación que todo esto me
produjo que cuando el comandante del cuartel me preguntó si tenía un problema
particular con Cordero, le relaté los hechos.”
En 1974, Cordero intervino en el asesinato de Iván Morales
Generali, un militante que llegó a Uruguay con volantes y documentos. En 1975,
encabezó una suerte de negociación para intercambiar presos por una reliquia. Y
fue quien le dijo a Ivonne los detalles de dónde y qué hacía su familia en
Buenos Aires, situación que reflejaba la persecución. En 1976, aparece en la
“lista infinita” de todos los detenidos de Orletti, dijo Ivonne. Y en
particular en el testimonio de Sergio López Burgos, quien relató “escenas
escalofriantes, en que dirigía no sólo los interrogatorios sino la tortura”.
Señaló que Cordero violó a Ana C. en medio de la tortura, “que en el momento en
el que termina de cometer ese acto de tortura sigue con su aparato, el
disyuntor, y sigue con la tortura a López Burgos: ésa es la pintura de uno de
los imputados según mi propia experiencia y la experiencia de muchas personas
que entrevisté para realizar una investigación que culminó en un libro. Ninguno
de los que declaran se ha retractado”.
En la sala, una de las querellas le preguntó a Ivonne si
podía decir algo de los efectos de la dictadura en su familia. “En un momento
de 1972, la familia era una familia que prometía –dijo ella–. Eramos mi padre,
mi madre y mi marido y yo; mi hermana con su pareja y una idea del mundo y de
nietos. Cuando yo salí de la cárcel quedaba mi madre y el hijo de mi hermana,
nada más. Yo pienso que todos necesitamos formar parte de una historia, no digo
de la Historia con mayúscula, de una historia chiquita, de familia. Ser hijos
de algo, como dice Marcelo Viñals, de alguien, abuelo de alguien, nieto de
alguien. Y lo que pasó fue como acuchillar el vínculo entre las generaciones y
dejar un poco como que todo empieza de nuevo cada vez. Esto es para mí un
sentimiento de lealtad con mi historia, con mi familia. Me parece que tiene
algo de terrible esto de venir a contar historias espantosas, pero tiene algo
de recomponer ese vínculo cortado, esa genealogía que quedó trunca y eso me
parece que es algo positivo.”
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